LA ASAMBLEA DEL AÑO XIII

31 de enero – Se reúne la Asamblea del año XIII

LA ASAMBLEA DEL AÑO XIII

Ricardo Miguel Fessia

I – La “Asamblea del año XIII” fue uno de los primeros gritos de soberanía espetado en el todavía vigente (y languideciente) Virreynato del Río de la Plata. Anteriores en el tiempo pero equiparables en intensidad fueron los días de Mayo, la defensa ante la invasión de la flota inglesa.

Tuvo grandes objetivo y pareja convocatoria; declarar la independencia y dictar una constitución. Nada de ellos pudo hacer. Vale aquello que no quiso, no pudo o no supo.

asamblea1II – Fueron las célebres jornadas de Mayo la que dieron fuerza operativa a una cultura basada en una forma de gobierno republicana y en un sistema democrático. Su obra se encamina hacia la razón y el derecho.

Quienes dieron forma a la Revolución sentaron las bases para una nueva forma de pensar en política mirando hacia un futuro que fueron plasmados en un programa que tomó forma de declaraciones de derechos y garantías en los Reglamentos y Estatutos que se fueron dictando para ordenar los primeros gobiernos.

Se ditaló, por varios motivos, la definitiva ejecución del proyecto, no se podía dar con el momento de arranque definitivo para el despegue de las esperanzas largamente veladas.

Entre las cavilaciones y marchas, un grupo revolucionario reunidos en torno a la Logia Lautaro impulsa acciones que eclosionan en la revolución del 8 de octubre de 1812 que impulsa la convocatoria a una “Asamblea Soberana Constituyente”, para dar cuerpo definitivo a la revolución con el dictado de una constitución que permita concretar el destino de autodeterminación proclamado en la mañana del 25 de Mayo.

De esta forma el llamado Segundo triunvirato, el 24 de octubre de 1812, resolvió convocar a la Asamblea y dispuso respecto al número de diputados a enviarse según las provincias o intendencias.

asamblea2El artículo 6to. Disponía; Esta Capital tendrá cuatro Diputados por su mayor población é importancia política; las demás Capitales de Provincia nombrarán dos y uno cada ciudad de su dependencia, á escepcion de Tucuman, que podrá á discreción concurrir con 2 Diputados á la Asamblea”.

De esta forma los diputados fueron por Buenos Aires, Hipólito Vieytes, Valentín Gómez, Vicente López y Planes y José Julián Pérez; por Salta, Pedro Agrelo; por Córdoba, Juan Larrea y Gervasio Posadas (ambos reemplazados por José Baigorrí y Agustín Pío de Elía); por Corrientes, Carlos de Alvear; por san Juan, Tomás Antonio del Valle; por Santiago del Estero, Mariano Perdriel; por Catamarca, José Fermín Sarmiento; por La Rioja, José Ugarteche; por Tucumán, Nicolás Laguna y Juan Ramón Balcarce; por San Luis, Agustín José Donado; Jujuy, Pedro Pablo Vidal; por Entre Rios, Ramón Eduardo Anchoris; por Santa Fe, José Amenabar; por Luján, Francisco Javier Argerich; Chuquisaca, José Mariano Serrano y Ángel Mariano Toro; Potosí, Simón Diez de Ramila y Gregorio Ferrerira; Mizque, Pedro Ignacio Rivera; Montevideo , Pedro Fabián Pérez y Pedro Feliciano Cavia; Maldonado, Dámaso Gómez Fonseca. También habían sido elegidos pero no llegaron a incorporarse los delgados de Santa Cruz de la Sierra, Antonio Suárez y Cosme Damián Urtubey; Cochabamba, José Miguel de Cabrera y Andrés Pardo de Figueroa.

asamblea3

III – El 30 de enero de 1813 se realizó una sesión preparatoria a la Asamblea y declaró que los 17 diputados asistentes eran suficientes para el inicio de las sesiones que se convocó para el día siguiente.

El 31 de enero en el edificio del Consulado de Buenos Aires se concretó jornada inaugural con la presencia de los diputados Alvear, Perdriel, Larrea Posadas, Sarmiento, López y Planes, Vieytes, Gómez, Argerich, Valle, Balcarce, Ugarteche, Vidal, Monteagudo, Donado, Agrelo y Moldes. Se inició con la declaración de provincias libres y unidas del Río de la Plata con legítima representación de la soberanía del pueblo. (1)

Frente a este hecho, esperado y aplaudido, el Triunvirato despachó un decreto que dispuso::

El Supremo Poder ejecutivo provisorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata; á los que la presente viesen, oyesen y entendiesen, sabed;

Que verificada la reunión de la mayor parte de los Diputados de las provincias libres del Río de la Plata en la capital de Buenos Aires é instalada en el día de hoy la Asamblea General constituyentes, ha decretado de los artículos siguientes:

Art. 1.°- Que reside en ella la representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y que se tratamiento sea el de Soberano Señor, quedando el de sus individuos en particular con el Vd. llano.

Art. 2.°- Que su Presidente sea del señor Diputado de la ciudad de Corrientes, D. Carlos Alvear.

Art. 3.°- Que sus secretarios para el despacho, lo sean los señores Diputados de Buenos Aires, D. Valentín Gómez y D. Hipólito Vieytes

Art. 5.°- Que el Poder Ejecutivo quedase delegado interinamente en las mismas personas que lo administran con el carácter de Supremo y hasta que tenga á bien disponer otra cosa, conservando el mismo tratamiento”.

asamblea4IV – En definitiva, no sancionará una Constitución, tal como era el principal, tal vez, cometido. Proyectos no faltaron; el del Triunvirato y el de la Sociedad patriótica. A ellos se suma el que había preparado una comisión interna designada con ese especial cometido.

El propio cuerpo dirá el motivo de no dictar una Carta fundamental, cuando suspende las sesiones motivado por “una tácita convención sancionada por la reciprocidad de nuestros intereses continentales, a no anticipar las bases de una Constitución, cuya salvaguardia debe ser la voluntad general sin que concurran todos los representantes de los pueblos que aman la unión….”. Se advertía un síntoma de desintegración territorial y por ello optaron por postergar el debate por la ley fundamental.

En el acontecer, la Asamblea escucha también los reclamos de los sectores que no son otros que los imperativos de Mayo: república como forma de gobierno y democracia como régimen para que ambos garanticen la administración y el orden social.

El cuerpo era heterogéneo, los intereses variados. Necesario era ir con cierto aplomo, se debían generar acciones de comprensión y sustentación de los fines intrínsecos de la Revolución para poder fraguar los esfuerzos de constituir un país, de lograr una mística del ideal prometido, de concretar los deseos de una vida mejor proclamados en Mayo.

Era preciso hacer apto al pueblo generando bases, antes que ejecutor de un sistema y de una técnica de convivencia precisa, había que concretar un plan orgánico de estructuración político-institucional para el destino de la Revolución en toda su vastedad y magnitud. En principio estábamos orientados en república y democracia, pero para ello necesitábamos orgánicamente el contenido plástico de ello, dentro de una apreciación y atento a exigencias y necesidades propias del país y de las esperanzas de Mayo.

V – La Asamblea observa y examina el recorrer de nuestros hombres e instituciones, advierte los apremios, evalúa los problemas con algún criterio deductivo, anticipándose a su misión, va dictando algunas leyes previas sustantivas y de fondo, trazando un camino que se enderece a los fines de unidad y comprensión que se busca como meta deseada. Establece la igualdad social de todo el contenido humano de la sociedad rioplatense. Igualdad de tratamiento en razonable igualdad de circunstancias, aboliendo títulos de nobleza, escudos y distinciones honorarias. Declara la libertad de vientre, esos vientres que en adelante parirán hombres libres. Claro que los esclavos que había seguirían en esa condición en razón de que las leyes de Indias, eran cosas o bienes, y de esa forma adquiridos, por lo tanto para su liberación el Estado debía indemnizar a sus propietarios, pero al no contar las actas con fondos suficientes –los gastos militares imponían sangrías muy grandes- no serían hombres libres. Los que ingresen de la forma que sea, quedaban de hecho liberados y de igual forma quedaba prohibido ese comercio. Se extinguieron los tributos personales al indio, mita, encomienda y yanaconazgo, de forma que en adelante el indio pasaba a ser un sujeto dejando el ominoso status de objeto. Se suprime el mayorazgo que tantas situaciones de exclusión había generado.

Se proclama que la Asamblea es la única y exclusiva depositaria de la autoridad soberana de las Provincias unidas del Río de la Plata con la potestad de hacer cumplir y ejecutar sus decisiones sin invocar al Rey o a la corona –clara posición política de retorno de la soberanía para poder autodeterminarse sin más autoridad que la de su propia voluntad. Apoyando este gesto se crea el escudo de armas con símbolos propios y un himno patrio que en un párrafo afirma que se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación que los libres del mundo reciben con la expresión de “¡salud!”.

Estas manifestaciones políticas se apoyan con medidas concretas de contenido jurídico como la sustitución de la efigie del Rey en la moneda y con la aplicación en el sello mayor del escudo que será aplicado en los papeles de la Asamblea. Se establece el Patronato, es decir la intervención del gobierno civil en las cuestiones de gobierno de la Iglesia católica, estableciendo la independencia de toda autoridad eclesiástica que exista fuera del territorio y prohibiendo que el Nuncio apostólico que reside en Estaña ejerza jurisdicción en las Provincias Unidas, herramientas la establecer una Iglesia propia.

De igual forma se declara fiesta cívica el 25 de Mayo, expresión mayor del dogma revolucionario.

Quedan abolidos los tormentos, que la legislación española usaba para arrancar declaraciones, a veces falsas para terminar con el suplicio del reo. Como símbolo que queman los elementos de tortura en la plaza. Completando esta plataforma básica de derechos fundamentales, se suprime el Tribunal de la Inquisición que la península había exportado a las colonias sembrando terror.

Otras de las medidas de parejo impacto es la supresión al comercio extranjero e interior de los antiguos monopolios y restricciones; el dictado de reglamentos para todos los poderes que incorporan nuevos principios y acciones de carácter republicano; declara que la Asamblea es el único juez para el enjuiciamiento de los funcionarios del ejecutivo; se suprime el decreto de Seguridad del Estado en caso de invasión exterior o conmoción interior, imponiendo en su lugar la obligación al poder ejecutivo de dar cuenta a la Asamblea en un plazo no mayor a las 24 horas; se establece la inamovilidad de los jueces y la disposición de que los magistrados debían asistir a las audiencias con traje negro como símbolo de decoro a la función.

Son estas algunas de las resoluciones tomadas por el cuerpo, como símbolo de voluntad de la afirmación de independencia dentro del marco del Estado de derecho.

VI – Con estas leyes, la Asamblea cumple con su destino; el afirmar un programa revolucionario iniciado en Mayo y tomando un sentido nacional en un camino que no reconoce regreso.

La Asamblea de 1813 es pues, con sus pasos y vuelos, una libre y generosa manifestación del sentido doctrinario del curso de una república democrática que fijo Mayo, y es una concreción estructural de la ideología que en aquellos tiempos buscaba de levantar la posición del hombre como conjunción de sentimientos e inteligencia, para que, paralelamente, pudiera surgir la dignidad como referencia hacia un fin donde el humano fuera ser conscientemente el artífice de su propio destino, levantando derechos y respetando deberes para una sociedad mejor en libertad y justicia.

El acta del Cabildo del 25 de Mayo sienta los principios de la Revolución, la Asamblea de 1813 concretas algunos de ellos en principios normativos, el documento de Julio de 1816 donde el pueblo se declara libre y soberano es un trípode normativo suficiente para un Estado de derecho con forma republicana y democrática de gobierno. La Constitución del 53, largamente esperada, es la ley orgánica para la creación de un definitivo ambiente de convivencia y desarrollo en busca de un mundo mejor en donde los derechos efectivamente sean elementos activos de la libertad y ésta ambiente propicio para la actuación del hombre, conforme a su vocación y aptitud, a su poder creativo e imaginación y sin otras limitaciones que su cotidiano devenir que las establecidas por la razón para la exaltación y organización del orden jurídico, sistema coordinador de acciones y reacciones.

Vencidos los obstáculos de la anarquía que retrasaron esos sueños, la Constitución concreta la esencia del elemento activo de Mayo, sostenido en 1813 y afirmado en Tucumán tres años después, para dar fuerza positiva a la más humana de las leyes de los Estados modernos que posiciones a hombres como actor de libertades y ofrece la vida como digna de vivirla.

Mayo nos entregó personería política, la Asamblea de 1813 civil, que Julio de 1816 confirma y da forma jurídica concluida por la obra de los constituyentes de 1853 que le otorgan cuerpo social.

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(1) Las sesiones de la Asamblea reconocen cinco períodos: el primero iniciado el 31 de enero de 1813 y finalizado el 8 de septiembre de 1813, totalizando 84 sesiones; el segundo, desde el 1 de octubre de 1813 al 8 de noviembre de 1813, con 10 sesiones; el tercer período desde el 21 de enero de 1814 al 8 de febrero de 1814, con 7 sesiones y el cuarto período fue extraordinario y prórroga del tercero, con un total de 5 sesiones desde el 25 de agosto al 31 de agosto de 1814, el quinto y último período fue también una prórroga del tercero y llegó a 5 sesiones desde el 5 de enero al 26 de enero de 1815

En la última reunión, llevada a cabo el 26 de enero de 1815, estaban presentes: Nicolás Laguna, Presidente (Tucumán), Pedro Ignacio Rivera vicepresidente (Mizque), Valentín Gómez (Buenos Aires), Tomás Antonio Valle (San Juan), Francisco Ortiz (Corrientes), Ramón Eduardo Anchoris (Entre Ríos), Francisco Javier Argerich (Luján), Pedro Fabián Pérez (Montevideo), Bernardo Monteagudo (Mendoza), José F. Sarmiento (Catamarca), Pedro Feliciano de Cavia (Montevideo), Mariano Perdriel (Santiago del Estero), Agustín José Donado (San Luis), Manuel Luzuriaga (Buenos Aires), José Amenábar (Santa Fe), Hipólito Vieytes (Buenos Aires), Vicente López y Planes (Buenos Aires).

Durante todo este tiempo, ejercieron como presidente del cuerpo:

31 de enero de 1813, Carlos M de Alvear;

3 de marzo de 1813, Tomás Antonio Valle.

1 de abril de 1813. Pedro J. Agrelo.

30 de abril de 1813, Juan Larrea.

1 de junio de 1813, Vicente López y Planes.

30 de julio de 1813, Gervasio A. Posadas.

30 de julio de 1813, Ramón E de Anchoris.

1 de septiembre de 1813, Pedro P. Vidal.

1 de octubre de 1813, Tomás A. Valle.

29 de octubre de 1813, José Moldes.

21 de enero de 1814, Valentín Gómez.

25 de agosto de 1814, Tomás A. Valle.

5 de enero de 1815, Nicolás Laguna.

SAUX ACOSTA

27 de enero – Muere el profesor Edgardo Saux Acosta

SAUX ACOSTA

Ricardo Miguel Fessia

I – En forma imprevista, cuando estaba en plena producción intelectual un accidente detuvo su corazón todavía joven. Ni familiares ni amigos encontraban razones, imposible era hallar consuelo.

Cuando Nelson se desplomaba herido de muerte sobre su nave capitana, se le oyó decir “He hecho mi deber, doy gracias a Dios”. El hombre justo y noble que se acababa de morir, podría haber pronunciado la misma reflexión que el célebre almirante inglés, también podía irse con el deber cumplido.

saux-acostaII – Perteneciente a una familia de tradición en la ciudad, había nacido en ella el 7 de julio de 1924, hijo de Juan José Saux y María Angélica Acosta. El hogar se completaba con su hermano ocho años menor, Héctor Saux Acosta.

Se educó en el histórico colegio de la Inmaculada Concepción de los padres jesuitas de donde egresó como bachiller en 1942. Continuó su formación en la Facultad de Ciencias jurídicas y sociales en donde se graduó muy joven, en 1947 y también obtuvo el doctorado con un estudio titulado “La lesión de derecho” en 1951 y que tenía como “padrinos de tesis” a Alejandro Greca y Alberto Molinas. Estaba dedicada, seguro que a manera de reconocimiento por haberlo iniciado en el amor por la disciplina, a Eduardo C. Mántaras, fallecido en 1949 producto de un malhadado accidente que le arrancó, en su flor, la vida con apenas 49 años.

Se había casado con Georgina Mántaras, hija de Eduardo Celestino Mántaras y Georgina Cullen. Por esta vía era nieta de Manuel Mántaras, nacido en esta ciudad en 1859 y que había llevado una intensa y productiva vida tanto pública como privada, llegando a ser intendentes de Esperanza (1898 – 1900), diputado provincial, ministro de Hacienda y Obras públicas del gobernador Menchaca, falleciendo a los 73 años en 1932.

De esta unión nacieron cinco hijos; Edgardo Ignacio, Dalmiro Eduardo, Sara Georgina, María Alejandra de los Milagros y María Angélica.

III – Apenas logrado el título de abogado, inicio su vida profesional. Ingresó al Poder judicial en el Ministerio público, pero fue breve su paso; estaba ya decidido por el derecho privado, por el derecho civil. A los pocos meses renunció; tal vez presentía que sus alas de libertad podrían verse cercenadas. Por algún tiempo fue abogado del Banco Nación y abrió un bufete en la ciudad, atendiendo también en San Genaro y en la norteña Vera y Pintado, localidad donde estaban los campos familiares, la estancia “La Aurora”.

La docencia se había manifestado en forma temprana. Mientras estudiaba en la facultad se incorporó a la Escuela lecciones-de-der-civil-saux-acostanormal superior “San Martín” y a la Escuela Industrial Superior. Se empeñó en trasmitir valores como el amor a la libertad, el cultivo de las ideas democráticas y la firme vocación por la justicia.

Llegado el momento, comenzó su devenir en las aulas universitarias donde discurrió por todas las estaciones de la carrera, como adscripto, adjunto por concurso en “Derecho civil, parte general”. También dicto la cátedra en la Facultad de ciencias económicas como titular ordinario de “Derecho privado I”.

El Derecho civil ocupó el motivo principal de sus estudios que compartió con sus preocupaciones por las cuestiones pedagógicas para llegar a los educandos. El impulso inicial se lo había entregado Eduardo C. Mántaras, (1) profesor del ramo en la Facultad, dotado de una claridad conceptual excepcional y solamente superada por su sencillez expositiva, con el que había hecho el curso regular sin imaginar que luego sería su suegro.

Había escrito su manual de cátedra, cumpliendo el rito que consagra al verdadero catedrático, y que era el fruto maduro de sus enseñanzas e investigaciones. Se tituló “Lecciones de derecho civil. Parte general” publicado por la editorial santafesina “Castelví” en sus dos ediciones.

A principios de los `60, al impulso Roberto Brebbia había creado el “Instituto de Derecho civil” en la Facultad de Ciencias jurídicas y sociales. Eran tiempos de una fecunda actividad de estos espacios para la investigación y debate, para la creación. El similar de Derecho penal había sido dirigido por Jiménez de Asúa, el de Derecho constitucional había preparado y propuesto un texto completo de constitución para la reforma del `57.

El Instituto de Derecho civil organizó las “Primeras jornadas de Derecho Civil” que se llevaron adelante en nuestra casa en 1963 y que son hoy todavía, una referencia constante. (2) Se inició con este influjo toda una saga de jornadas que luego determinaron el curso del Derecho civil en argentina.

Nuestro evocado tuvo una activa participación en esas jornadas y en otras tantas reuniones académicas y Jornadas, entre ellas las Rioplatenses de Derecho Civil, también a iniciativa de los juristas santafesinos, que se alternaban en las sedes de Montevideo y Santa Fe.

Fue autor de varios publicaciones, algunas de ellas contenidas en la Revista de la Facultad, como “Vélez y Freitas”, en el tomo homenaje al Codificador editado en el año 1.959 siendo Director del Instituto el Dr. Francisco Magín Ferrer; o “Criterio de los Doctores Héctor Laffaille y Eduardo J. Couture sobre la legislación del Plata” publicado en el número 86-87 de la “Revista de ciencias jurídicas y sociales” del año 1956 (págs. 49 a 65) y que era la trascripción de la clase dictada el 25 de octubre de ese año en la cátedra de Derecho civil del profesor José Bidau de la Facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Otros trabajos, fruto de esas mismas tesoneras investigaciones, quedaron sin conocer las bondades y proyecciones que brinda la imprenta.

IV – Cuando se inicia el proceso electoral para un nuevo período de las autoridades que debían conducir los destinos de la Casa de estudios, hacia fines de 1961, Saux toma activa e intensa participación del mismo. Un grupo de profesores se alinean detrás de la figura de Luis Muñoz, para reemplazar a Francisco Gschwind que había sido elegido en 1958. El candidato era profesor de Derecho comercial, español llegado a la ciudad procedente de México y perteneciente a ese grupo de hombres de la “España trashumante” que fueron, de una u otra manera, expulsados de su tierra por el nefando franquismo.

La actividad proselitista es intensa con algunos centros operativos convertidos en “comité de campaña”. Uno de ellos era la librería de Epifanio Romero, ubicada en la esquina noreste de las calles San Gerónimo y Boulevard Gálvez. Detrás del salón de venta, tenía una trastienda en donde siempre había alguna reunión.

Lo cierto es que luego de la contienda, con resultado reñido, -en la primera votación empatan Muñoz con Mario Mosset- es electo Muñoz como Decano y le cupo a Saux Acosta representar a los profesores, tal como indica el Estatuto de la universidad. Por resolución 248/62 del 17 de diciembre de 1962 del Consejo directivo se aprobó lo actuado por la Junta electoral quedando la integración del Cuerpo por los profesores titulares con Francisco J. Gschwind, Luis Muñoz, Federico Ortíz de Guinea, Edgardo Saux Acosta, Mario Mosset Iturraspe y el escribano Omar A. Lassaga; por los profesores adjuntos con Conrado José María Puccio y Benjamín Stubrin; por los estudiantes con Néstor Lino Golpe, Luis Enrique Ayuso, Juan Maria Garayalde, -por la mayoría,- y Carlos María Depetris –por la minoría-. Los dieciséis integrantes del Consejo directivo son los que votan para elegir al Decano que según el Estatuto debe ser un profesor.

La nueva gestión, como todas, comenzó a gobernar con el ímpetu propio de los hombres que van con el torso desnudo al sol. Las universidades en la Argentina estaban en una suerte de primavera y la historia indica que desde las primeras que se crearon, fue el tiempo de mayor esplendor. Los debates eran constantes, las aulas recibían la vista de profesores de otros centros o de personalidades de la cultura. Todo este tiempo se verá truncado por la ignominia del golpe del 28 de junio de 1966 que pomposamente los arteros autores llamaron “Revolución Argentina”, siendo que precisamente no tenía nada ni de uno ni de otro.

Pero las desavenencias, al principio solapadas, se hicieron más notorias incluyendo ríspidos debates en el seno del propio Consejo Directivo de la Facultad. Las reuniones eran agotadoras por las tensiones generadas en las discusiones que a veces pasaban por cuestiones personales.

Esas desavenencias en gran parte estaban fundadas en el giro de la administración que imponía el decano Muñoz y su marcado -casi exacerbado- personalismo.

Una de esas disputas precipitó la decisión de Saux Acosta, que era un verdadero caballero en el más cabal y profundo sentido del término. A mediados de 1965 presentó la renuncia tanto al cargo de consejero como de profesor. Se podrá sostener que fue una determinación apresurada, que las diferencias son la lógica de la creación y naturales de las aulas, pero debió advertir que no había espacio para su presencia y que ello sería más fuerte que el abisal vacío que le generaría el alejarse de su pasión por la educación, amor por el derecho y afición pos sus alumnos.

Ese dolor debió influir para que inesperadamente el caluroso jueves 27 de enero de 1966, cuando apenas tenía 41 años, una incipiente afección cardíaca derivó en la crisis final.

V – La cátedra fue su vocación y en sus enseñanzas procedió con la autoridad de un verdadero maestro, poniendo a disposición de sus educandos no solo su acabada erudición jurídica, sino todo su saber logrado por la lectura de las cuestiones que interesan al hombre en su devenir hacia la libertad y realización.

Nuevamente debo recurrir a esa fuente inagotable que para mí fue Epifanio Romero. En las amenas charlas, sea en su local, ora junto al aula 14 o junto a la Alberdi, en el bar y hasta en su casa, recuerdo que admiraba su caballerosidad y su pulcritud. Era de esos hombres que cuando ingresaban a un lugar, naturalmente convocada la atención de los concurrentes. Recordaba el viejo librero –no vendedor de libros- su cuidada vestimenta; en invierno, riguroso traje oscuro; en verano –para Santa Fe es la mayoría del año-, prendas claras, pero siempre la raya del pantalón tan cuidada como un releje que cortaba el viento. No era más que una de las exteriorizaciones de su personalidad; recto y punzante, esa aguda arista sería la que dividía los que entendían al derecho como una herramienta para la justicia –su amigo- de los que negaban la dignidad del hombre poniendo trabas a las posibilidades de vida humana de un semejante.

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(1) Eduardo Celestino Mántaras fue profesor de “Derecho civil” en la Facultad de ciencias jurídicas y sociales. Recordado por colegas y estudiantes, fallece muy temprano en un accidente automovilístico. En el año 1941 el “Centro de estudiante de derecho” publica en un tomo los apuntes tomados de sus clases que rápidamente se convirtieron en “la biblia de los estudiantes” por su claridad y profundidad.

Había nacido en la ciudad de Esperanza el 22 de mayo de 1899 y casado con Georgina Cullen Gómez tuvieron cuatro hijos; Georgina, Lidia, Eduardo y Jorge.

(2) Una versión de las conclusiones de las “Primeras jornadas de derecho civil”, se puede ver en: http://jndcbahiablanca2015.com/wp-content/uploads/2014/01/Ed-anteriores-05-I-Jornadas-1963.pdf

AUGUSTO MORISOT

 

21 de enero – Muere el profesor Augusto Morisot

Ricardo Miguel Fessia

Una persona con una creencia

representa una fuerza social equivalente

a la de noventa y nueve personas

que sólo se mueven por interés.”

John Stuar Mill “Del gobierno representativo”

I – En épocas de desasosiego, que lejos de alejarse pareciera profundizarse, queremos evocar una figura injustamente olvidada que se entregó a los más altos principios a favor de un modelo que quedó definitivamente sepultado en el tiempo. Se trata de Augusto Miguel Morisot, universitario cabal, político de fuste y abogado probo.

morisot1II – En la lejana ciudad puntana de Mercedes y del hogar compuesto por Víctor Augusto Morisot, de origen francés, y María Baquero, nace el 20 de abril de 1894 nuestro evocado.

Su madre era una andaluza que de muy joven había llegado al país en donde el padre pasó a ser jefe de estación del ferrocarril en “La Toma”. Su padre trabajaba en la empresa francesa de ferrocarril que estaba construyendo el ramal del nordeste, en el tramo de Córdoba a La Rioja.

El hogar se completaba con una niña de nombre María Luis Valentina, casada luego con Oliver Bello y otra mujer que fallece antes de cumplir el año.

Apenas niño se instala en Santa Fe donde llevará adelante toda su vida, ya que su padre fue designado gerente de ferrocarriles con un amplio despacho en el elegante edificio de calle San Luis.

Realiza sus estudios medios destacándose como el mejor bachiller y se inscribe en la Facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires realizando los primeros cursos con notas destacadas, pero su vocación estaba en el derecho y regresa para incorporarse en la Facultad de Derecho de Santa Fe, en los tiempos en que era provincial.

Vive intensamente el movimiento político estudiantil de 1918 que tiene su principal centro en Córdoba abrazando los enunciados de la “Reforma universitaria”.

Le tocó vivir horas intensas junto a otros estudiantes como Mariano Tissembaum, Ángel Caballero Marín y Pablo Vrillaud. Precisamente en 1919 es electo por sus compañeros como presidente de la Federación universitaria de Santa Fe y al año siguiente como presidente del Centro de Estudiantes.

De la mano de su militancia universitaria adhiere con lealtad los principios de la “democracia progresista” e integra la redacción de “Nueva época”; un diario que respondía al “Partido Demócrata Progresista”.

Con el título en su poder, decide formar un hogar y contrae enlace, el 7 de mayo de 1921, con Amelia Sabina Espino con la que tendrá sus dos hijas, María Magdalena Violeta (24/jul/23) y María Elena Augusta (26/feb/31).

Intérprete cabal y honesto de los ideales de Lisandro de la Torre, comparte con éste el binomio para las elecciones a gobernador y vice, pero llegará la intervención nacional y el comicio no se concreta.

Superada esta frustrada experiencia política se vuelca definitivamente a su actividad universitaria junto al ejercicio de la profesión atendiendo en su estudio de cortada Falucho 2560.

Previo concurso, obtiene la cátedra de “Derecho penal y ética profesional” en 1922 en la carrera de Notariado, “Derecho penal, primer curso” en 1924 y “Derecho penal, segundo curso”, en 1930, éstas dos última en la carrera de abogacía.

Se dedicó al estudio del Derecho penal, logró el reconocimiento de sus pares, integrando como miembro titular la prestigiosa Sociedad Argentina de Criminología.

A su pluma, en buena medida, se debe el proyecto de “Ley Universitaria” que el Consejo Superior de la Universidad Nacional del Litoral elevó al Congreso nacional para su tratamiento.

Fue permanente colaborador tanto de la revista “Universidad” (1), como la de la Facultad (2) y del Centro de estudiantes.

Sostenía una particular afinidad con los estudiantes que masivamente concurrían a escuchar sus lecciones y, durante los cursos de 1941 y 1942, un grupo de alumnos tomó cuidadosamente apuntes que luego el propio Morisot corrigiera para convertirse en un verdadero manual de la cátedra.

Apenas incorporado como docente, se dedicó a las tareas de conducción y siempre con el voto de colegas y alumnos integró el Consejo directivo de la facultad los años 1920, 1921, 1923, 1924 y 1928, para ser electo por el voto como Decano de la facultad en 1930 y en 1932. La Asamblea universitaria lo entroniza Rector en 1932, siendo el más joven en la historia de la casa de estudios. Su tercer mandato como decano lo obtiene por el mismo medio en 1940.

En 1943 cuando se produce el golpe militar, se intervienen las universidades y en Santa Fe designan al tristemente célebre Giordano Bruno Genta, casi el ideal del fascismo.

Se destituyen a todos los decanos y cuando tiene que entregar el mismo improvisa un discurso ante los alumnos de la facultad que permanentemente lo aplauden, rebatiendo todos y cada uno de los argumentos de la intervención. Levantaba sus principios democráticos “contrarios a cualquier dictadura, venga de donde venga”.

La misma posición tomó, pero con términos más enérgicos aún, cuando le intervino en Centro de estudiantes en clara violación de todas las normas estatutaria.

Desde ese momento el interventor tomó la persecución como una cuestión personal y lo hostigó hasta en su vida privada, de forma que luego de veintidós años de brillante trayectoria universitaria, renuncia a todos los cargos. Gesto que tuvo el reconocimiento de los estudiantes que lo distinguían como un verdadero maestro, pero no entre los colegas que no lo siguieron.

Muchos años después, uno de sus alumnos, Francisco Magín Ferrer lo recordaba diciendo: “en 1923 el doctor Morisot explicaba las normas renovadoras del Código penal de 1921 de Rodolfo Moreno, con admirable claridad y elocuencia, que los alumnos oíamos con vivo interés y provecho. Realmente fue un universitario de verdad que hizo mucho bien a esta casa de estudios en su triple condición de profesor, decano y rector, hoy injustamente olvidado”. (3)

Apesadumbrado por esta frustración en la construcción de una sociedad democrática, perseguido con hostilidad por un personaje casi basilisco y arrastrando un problema hepático, antes de cumplir cincuenta años, fallece el 21 de enero de 1944.

Vinieron luego los reconocimientos. Cuando el 7 de abril de 1945 asume el rectorado Josué Gollán, el ingeniero Cortés Plá pronuncia un discurso en donde destaca la arbitrariedad cometida con su desplazamiento y los aportes hechos por Morisot. El 21 de noviembre de 1955 Domingo Buonocore también lo evocó en un acto en al aula Alberdi y diez años después un acto similar organizó el decano Luis Muñoz.

III – Vivió y murió en la austeridad decorosa de los grandes que cruzan por el mundo mirando siempre hacia las estrellas para conservar el alma luminosa y fuerte. Su patrimonio único, herencia de gloria para los suyos, lo constituyó el modelo de vida que, sin una sola mácula, llevó adelante.

Casi como anécdota, y para estos tiempos sería como hilarante, se recuerda que como rector no cobraba sus haberes y tampoco retiró viáticos para sus constantes viajes a Buenos Aires donde se alojaba en el Castelar, sobre avenida de Mayo.

El maestro verdadero es siempre maestro de la vida y de conducta, de sabiduría y de ejemplo. Esa unidad indivisible que confiere personería moral y jerarquía al espíritu, la conservó Morisot celosa, firmemente, y es hoy el mejor blasón de su gloria póstuma.

Hoy, con la distancia que entrega el tiempo, creemos propicio el recuerdo.

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(1) De esta publicación destacamos; “Algunos aspectos de la delincuencia de los menores” (número 1, 1935, págs. 107 a 139) precisamente es el primer número de la recién creada revista y se destaca que ensaya tempranamente algunas ideas sobre esta compleja situación; “Hacia la afirmación de la paz”, (número 4, 1938, págs. 31 a 38) un claro trabajo sobre las convenciones, resoluciones y recomendaciones de la Conferencia interamericana de consolidación de la paz, en tiempos en que el mundo vivía grandes convulsiones bélicas; y “La facultad de ciencias jurídicas y sociales” (número 6, 1940, págs. 163 a 172) en donde vuelca sus vivencias como testigo calificado en la gestación de la universidad nacional.

(2) De la “Revista de ciencias jurídicas y sociales” creada en 1922, se encuentran las siguientes colaboraciones; “Los delitos contra la fe pública” número 2, 1923, pág. 56; “El delito de contagio venéreo”, número 10, 1926, pág. 133 que es la transcripción de su conferencia dictada en el marco de un ciclo organizado por Extensión universitaria; “La legislación penal de la Rusia soviética”, número 13, 1931, pág. 3; el comentario bibliográfico a la obra “La reforma penal en el senado de 1933” de José Peco, número 19, 1946, pág. 152.

(3) Damianovich, Alejandro. “Historia de la abogacía en Santa Fe”, Santa Fe, Colegio de abogados, 2001, pág. 524.

MANUEL DE RIVACOBA Y RIVACOBA

 

30 de diciembre – Muere el profesor Manuel de Rivacoba y Rivacoba

Ricardo Miguel Fessia

Cuando tenía todo su año próximo organizado en una cargada agenda y varios proyectos para los sucesivos, el 7 de diciembre pasado, mientras estaba en lo suyo, en un acto académico en la Legislatura de la provincia de Mendoza presentado una nueva obra jurídica (1), un ataque cerebral lo vence intelectual y físicamente para morir pocos días después, el 30 de diciembre, en el Hospital clínico de la Universidad de Chile, en Santiago.

Sus amigos se encargaron que hacer cumplir sus disposiciones testamentarias: cremaron sus restos y no organizaron homenajes.

rivacoba1Penoso y difícil se me hace este momento, ya que entre la amplia gama del sentimiento y la expresión fría de las palabras hay una distancia casi imposible de salvar. Castigaré inútilmente mi lenguaje para hacerle seguir con aquiescencia y docilidad las alternativas de la emoción trémula y la sensibilidad inquieta. Será una torpeza pero por haber desoído las voces más recónditas de mi espíritu atribulado que he escuchado con la misma atención que los niños oyen en las volutas de las caracolas el gemido de las mareas encarceladas.

Con su muerte, en plena producción y entrega a la vida académica, ha desaparecido no solamente un jurista de renombre internacional, sino también una de esas mentes brillantes que se mueven con igual agilidad en todos los amplios dominios de la ciencia y del arte y una de esas almas ardientes para las que la vida no puede entenderse sino como una continua petición y al mismo tiempo como una continua y generosa entrega de comprensión y generosidad.

Había nacido el 9 de septiembre de 1925 en Madrid del hogar integrado por Esteban de Rivacoba, nacido el 3 de agosto de 1875, y Eulalia de Rivacoba, nacida el 10 de diciembre de 1895, y en la ciudad realizó todos los estudios.

En los tiempos de definiciones, sin hesitación alguna abrazó la causa de la República desde una posición anarquista. En los años de colegial, junto a otros jóvenes funda la Federación Universitaria Escolar clandestina en 1945. Siendo estudiante en la Universidad de Barcelona es apresado por las fuerzas del franquismo, sometido a juicio acusado por el delito de rebelión, es condenado por el Consejo de guerra a treinta años de reclusión. Desde el encierro, casi diez años desde 1947 a 1956, siguió estudiando hasta lograr el título. Se graduó de Licenciado en Filosofía y Letras, sección Filosofía el 26 de abril de 1951 con la calificación de “Sobresaliente y premio extraordinario” y de Licenciado en Derecho el 19 de enero de 1954 con la calificación de “Notable” en la Universidad de Madrid.

Culminando todos los grados académicos, se doctoró en la misma casa de estudios el 5 de julio de 1957 con una tesis sobre “Relaciones entre las diversas normas que regulan la ejecución de las penas de privación de libertad en el derecho positivo español” que mereció la calificación de “Sobresaliente”

Apenas pudo, el 10 de noviembre de 1957 pasa clandestinamente a Francia por Vera de Bidasoa, ingresando como exilado. Parte de Europa con pasaporte francés, Titre de Voyage, Convention del 22 de Juillet de 1951, número 1/58. Tuvimos la dicha que recalara en nuestras costas, integrando así la rica lista de esos hombres que formaron la “España trashumante”, como Luis Jiménez de Asúa, Santiago Sentís Melendo, Luis Muñoz, Luis de Córdoba y del Amo.

En el año 1956 las nuevas autoridades de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral necesitaban hombres para las cátedras que habían quedado vacantes luego de la Revolución Libertadora. Precisamente fue Luis Jiménez de Asúa quién lo recomendó al decano Abraham Rabotnikof y así es que se lo contrata como profesor adjunto interino (Resolución 3316, del 10 de julio de 1958) para hacerse cargo de “Introducción al derecho”, donde era adjunto de Domingo López Cuesta y de “Derecho penal I”, su especialidad.

En nuestra ciudad rápidamente se integra al círculo académico cosechando amigos entre profesores y alumnos. De costumbres austeras, como lo fue toda su vida, se dedicó al estudio tanto de la doctrina como de la legislación argentina, en particular de la ley penal, ya que era su ramo.

En el aula imponía respeto, instaba al debate y aguijoneaba a los alumnos con pensamientos profundos. Impartía conocimiento no sólo de su ramo, sino de la ciencia jurídica en general, de filosofía y de sociología. Cada una de sus frases, tanto las orales como las escritas, estaban profundamente meditadas y más sólidamente fundadas. A la manera de Próspero, con fina elegancia y lenguaje bello, instruía y aconsejaba a la juventud con reflexiones profundas que eran una invitación a superarse.

Toda su década en Santa Fe residió en la famosa “Taberna de Juanito”, casi un clásico de la ciudad de no muy alta reputación, que estaba en San Martín y Corrientes (San Martín 1911, que fue su domicilio legal), en el solar que por años permaneció baldío y ahora se está levantando un edificio de departamentos.

Incluso ahí vivió con su madre, doña Eulalia, toda su familia, cuando a instancia de Epifanio Romero, la mandó buscar a España.

Su ida de la Facultad está marcada por una circunstancia política. Producido el absurdo golpe de estado contra el gobierno de Arturo Illia, los militares deciden intervenir de inmediato las universidades. Se convoca a un cónclave de docentes, donde participan en forma mayoritaria los de Ingeniería Química y algunos de Derecho, concretamente, tres; Rodolfo Bledel, Luis de Córdoba, profesores de Economía política y Manuel de Rivacoba. El tema fundamental era acordar qué actitud tomar frente a este nuevo atropello universitario. Las posiciones giraban en torno a la continuidad, fundamentalmente de los hombres que Química que era en su mayoría jóvenes incorporados luego de lo que se conoce como “crisis de Davie” (por el decano Alberto Guillermo Davie), y la renuncia, impulsada por los hombres de Derecho y el químico Lara. Sometido a votación se resolvió la continuidad y todos acataron el fallo.

Rivacoba entendía que la votación no era vinculante y que sus convicciones le impedían seguir en una Universidad sometida. A la mañana siguiente presentó la renuncia con un escrito de neto contenido político principista (2) que luego fue publicada en el diario “El Litoral”. Al mes siguiente le fue aceptada. (3)

Con el recuerdo fresco (o la herida abierta) dice en el Proemio a “División y fuentes”, de la que luego hablaremos, que dedica la obra a los alumnos “… a los que fueron en la Universidad Nacional del Litoral -recuerdo entrañable-, a quienes estimé dar la lección más importante alejándome dolorosamente de su lado”.

Nuevamente empezar como el primer día. Su destino estaba en Chile, donde tenía algunos compatriotas amigos, concretamente en Valparaíso, en la Escuela de Derecho que dependía de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile. Ahí sentó sus reales en forma definitiva donde en rápidamente logró el respeto de sus colegas y admiración de los alumnos. Fue profesor de Introducción a la Filosofía, de Introducción al Derecho y de Derecho Penal.

Siempre con la cabeza puesta en su tierra, por los años ochenta aceptó una oferta para incorporarse a una universidad española, la de Córdoba, para dictar cátedra de penal e incluso completar sus años de aportes para obtener luego los beneficios de la jubilación.

Regresó a Viña del Mar para instalarse definitivamente en su departamento de calle Echevers rodeado de sus afectos; sus libros tan queridos.

Trabajador incansable nunca abandonó la cátedra, dictaba cursos de post grado en Buenos Aires y en Corrientes, traducía, escribía, viajaba, asesoraba al Colegio de Abogados de Santiago de Chile, y hasta se hacía lugar para pasar una temporada en Madrid y Zaragoza todos los años.

Tan vital como siempre lo encontré en plena actividad en abril de 1999. Apenas puesto un pié en la ciudad se puso a nuestra disposición, tanto para recorrer los lugares secretos de la misma, como para ser anfitrión en la Facultad, donde con la gentileza de siempre puso su cátedra a mi disposición, y recorrimos todas las instalaciones.

Su obra fue vasta, (4) casi toda de derecho penal. No puedo evitar el recuerdo de una muy cara a mis afectos, “División y fuentes del derecho positivo”, casi una “biblia” en la cátedra de Mauricio Frois, que integré por tantos años. Por mucho tiempo la busqué ya que en la biblioteca de la Facultad hay un solo ejemplar. Quiso el destino que un común amigo, el dr. Benjamín Stubrin, conservara dos en su biblioteca y me entregara una. Recibida casi como una bendición, la conservo como una reliquia. Ella encierra el valor científico y pedagógico de un pensador severo pero más mi admiración por su personalidad.

También tuvo una activa vida política. Fue Ministro Plenipotenciario del Gobierno de la República Española en el exilio y Ministro sin cartera en misión por América del Sur del gobierno en el exilio presidido por el Excmo. Sr. Fernando Valera Aparicio desde el 1 de marzo de 1971 hasta la disolución de las instituciones republicanas en 1977.

Visitaba Santa Fe con alguna habitualidad. Cuando lo conocía era mediados de la década del ochenta. Por cuestiones lógicas, eran pocos amigos los que le quedaban en la ciudad. Su punto de contacto era Epifanio Romero y los pocos días de su estancia los hacía en su casa de Gral López. Racionaba su cicerone muy cuidadosamente las visitas sociales. Una era a Carlos Creus, con el que prolongaban las pláticas tanto en derecho penal como en otros temas de filosofía o política, en sobremesas que luego requerían de dos días de recuperación. Recuerdo haber recorrido juntos sitios de la ciudad y algunos restaurantes de “su época” como el desaparecido “Carlucci” de Avenida Freyre, todo en mi pintoresco y batallado Citroën 3CV amarillo.

¡Qué vida interrumpida en la plenitud de su laborioso fervor! Recuerdo ahora las palabras del primer rector de la Universidad Nacional del Litoral, Pedro E. Martínez, que en una conferencia decía: “La vida sólo vale por el esfuerzo con que el hombre la dignifica y embellece. A semejanza de la consigna de Septimio Severo, el encierra la palabra de orden que debemos imponernos al empezar la diaria jornada. Esfuerzo sin término, grande y noble anhelo siempre creciente y siempre insatisfecho, que nos impulsa a aventajar hoy lo que alcanzamos ayer, a superar mañana los que teníamos hoy”. Nada más preciso para este verdadero caballero intelectual.

Don Manuel de Rivacoba y Rivacoba, podéis descansar en paz; el recuerdo hondo, afectuoso, entrañable, vivirá en nuestros corazones como el menor homenaje a vuestra memoria.

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(1) Se trata de “Pena de muerte: un tema para reflexionar” de Manuel Cruz Videla y Juan Florencio Reboredo, con prólogo de Eugenio Raúl Zaffaroni, publicado por Ediciones de Cuyo.

(2) Hemos logrado ese documento que, por el valor histórico, consideramos de utilidad y lo incluimos en el presente trabajo. El texto es el siguiente:

5 de septiembre de 1966.

Sr. Decano de la

Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la

Universidad Nacional del Litoral

Dr. Elías P. Gustavino.

Su despacho.

El Profesor que subscribe se dirige al Sr. Decano solicitándole por la presente que, en ejercicio de las atribuciones que le están conferidas, tenga a bien rescindir el contrato actualmente en vigencia como Profesor de Derecho Penal, y presentándole, al mismo tiempo, su renuncia como Profesor de Introducción al Derecho.

Hace ocho años que llegué a la Argentina en procura del ambiente de libertad, respeto a la persona humana y a su pensamiento, paz y tranquilidad imprescindibles para la enseñanza, el estudio y la investigación científica, que no existía en mi Patria ni existe todavía, siendo acogido con tales finalidades en la disciplina de mi especialidad y además en la de Introducción al Derecho, por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral.

Al disponerme a alejarme de ella, cúmplase destacar que en este tiempo, y aunque no sin graves incomprensiones e inconvenientes a veces, he cumplido mis obligaciones con una modestia proporcionada a mis limitaciones, pero con la mayor aplicación y entusiasmo; y que, aparte de los logros, la Universidad Nacional del Litoral ha comprendido y valorado el sentido de mi labor, lo comprueban las sucesivas renovaciones de que ha sido objeto mi contrato. En el aspecto de la enseñanza, le he dado un riguroso carácter científico, he explicado las más recientes orientaciones y doctrinas, he ampliado el enfoque precedente de la misma con la aportación de temas y puntos de vista no contemplados anteriormente y he introducido los métodos más modernos y abonados para la docencia y el estudio del Derecho a nivel propiamente universitario; y, respecto a la investigación, me remito a una serie de obras que -limitándome a las ya publicadas- han obtenido muy favorables juicios en el ámbito de mi especialidad y han contribuido a hacer conocer y acreditar en el extranjero esta Universidad, sin que pueda omitir aquí aquellas investigaciones -pocas, en verdad, pero de excelente calidad- y otros trabajos de colaboradores y discípulos que me ha tocado la suerte y me han proporcionado la satisfacción de dirigir, algunas de las cuales -y es probable que las más valiosas- permanecer lamentablemente inéditas por razones ajenas a mi voluntad.

Así, y teniendo presentes la continuidad necesaria para toda tarea intelectual y los efectos que ésta genera entre quienes la llevan conjuntamente a cabo, háce de comprender que no sea sin un profundo pesar y sintiéndolo como un desgarramiento íntimo, como he adoptado la determinación que motiva la presente. Pero, en mi concepción, el hombre no debe decidirse por sus sentimientos, sino que ha de obrar conforme a lo que racionalmente considera su saber.

Deber es también, para mí, en este trance, significar mi reconocimiento a cuantos han hecho posibles mis tareas de estos años y a cuantos de una u otra manera me han acompañado en ellas.

Juzgo propicia la ocasión para reafirmar los principios fundamentales que inspiran mi concepción y mi actividad universitarias; condenación de la violencia y la persecución en todas sus formas como medios de gobierno, y del temor que hace imposible la comunicación y frustra toda tarea del pensamiento; y entendimiento de la Universidad como una comunidad de maestros y estudiantes -sin más limitaciones que la capacidad y la vocación-, en la que unos y otros no cumplen funciones antagónicas ni siquiera independientes, sino complementarias y que, por tanto, requieren un espíritu de recíprocas simpatía, comprensión y convivencia. Estos principios son la lógica consecuencia y proyección al quehacer universitario, de mi concepción liberal -reiteradamente expuesta- de la vida comunitaria, de profundo e inquebrantable respeto por el ser humano y su dignidad, que no puede ser enajenada ni sometida a nada ni a nadie y que exige ineludiblemente para realizarse la garantía de libertad y el autogobierno en todos los aspectos de la vida.

Dejo constancia, asimismo, que he tomado los exámenes correspondientes al primer cuatrimestre del año académico en curso.

Saludo al Señor Decano con el debido respeto y aprovecho la oportunidad para reiterar a Ud. las seguridades de mi distinguida consideración personal.

Fdo. Manuel de Rivacoba y Rivacoba.”

(3) La renuncia le fue aceptada por resolución 1093/66 del 4 de noviembre de 1966, por el Decano interventor Héctor Gaggiamo.

(4) No es ésta la lista completa de los trabajos de don Manuel, son al menos, las que conocemos:

  • El sistema solar, el hombre y la pena”. Santa Fe, Cuadernos del Centro de estudiantes de derecho y ciencias sociales, número 3, 1959, págs. 15-28.

  • La V República de Francia. I. II y III”. Santa Fe, Revista de Ciencias jurídicas y sociales, número 100, 1959, págs. 183-237.

  • La V República de Francia. IV y V”. Santa Fe, Revista de Ciencias jurídicas y sociales, número 103, 1960, págs. 79-121.

  • Esquema del nuevo régimen electoral francés”. Santa Fe, Revista de Ciencias jurídicas y sociales, número 103, 1961, págs. 73-111.

– “El espectro de la pena de muerte y la actualidad jurídica argentina”. Santa Fe, Revista de Ciencias jurídicas y sociales, número 107, 1960, págs. 257-290.

  • El centenario del nacimiento de Dorado Montero”, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1962.

– “Una nueva disciplina jurídica? El pretendido derecho de menores”. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1962, 36 págs.

  • Krausismo y derecho”. Santa Fe, Castelví, 1963, 181 págs.

  • Lardizábal, un penalista ilustrado”. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1964, 115 págs.

  • Libros nuevos sobre la vieja institución”, en Universidad, número 60. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1964, 309-318 págs.

– “Franco o el tirano. Ensayo de teoría política aplicada”, en Umbral. París, mayo de 1964, págs. 4-6.

  • Giner, Azcárate y Costa en un libro”, en Universidad, número 65. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1965, 5 págs.

  • Del fundamento a la defensa de la legítima defensa”. En el libro “Estudios penales. Homenaje al P. Julián Pereda S. J. en su 75 aniversario” Bilbao, Universidad de Deusto, 1965, págs. 249-83

  • El proceso de Lieja a la luz de la dogmática penal”, en “Universidad”, número 65. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1965, 23 págs.

  • Naturaleza jurídica, extensión y órganos de asistencia post-penitenciaria del liberado” con Alejandro E. Lamothe, en Revista Penal-Penitenciaria, 1965, págs. 97-121.

  • José Peco” en Criminalia”, año XXIII, número 2, 1967, págs. 109-110.

– “Elogio y apoyo a los estudiantes españoles”, en diario Las noticias de última hora. Santiago de Chile, 17 de diciembre de 1967.

  • Balance del segundo centenario de la obra de Beccaria 1764-1964”. La Ley, t. 128, pág, 1152, 1968.

– “Las ideas penales de Blasco Ibáñez”. Prólogo de Luis Jiménez de Asúa. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1968, 188 págs.

  • La obediencia jerárquica en el Derecho penal”. Valapraíso, Edeval, 1969, 183 págs.

– “Siglo y medio de codificación penal en Iberoamerica” (junto a Raúl Eugenio Zaffaroni). Valparaíso, Edeval, 1980, 116 págs.

– “Nueva cónica del crimen”. Valparaíso, Edeval, 1981, 328 págs.

– “Elementos de criminología”. Valparaíso, Edeval, 1982, 290 págs.

– “Programa de Elementos de criminología”. Valparaíso, Edeval, 1982, 17 págs.

– “Programa analítico de Derecho penal”, 3ra. ed. Valparaíso, Edeval, 1984, 267 págs.

– “Los iusnaturalistas clásicos en el derecho penal”. Valparaíso, Sociedad chilena de filosofía jurídicas y social”, 1985, 17 págs.

EDWARD GIBBON Y LA DECADENCIA DE ROMA

16 de enero – Muere E. Gibbon

EDWARD GIBBON Y LA DECADENCIA DE ROMA

Ricardo Miguel Fessia

I – En el mundo de los historiadores y en el más amplio espacio de los hombres de alguna forma vinculados a la cultura, Gibbon está estrechamente vinculado a Roma, más específicamente, a su obra, a su “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano”. Junto a la fabulosa obra de Mommsen –a la que nos referimos- son los íconos biográficos del milenario imperio que llegó a ser “todo el mundo”.

gibbon1II – Edwar Emily Gibbon, vino al mundo el 8 de mayo de 1737 en la pequeña ciudad de Putney, junto al Támesis, condado de Surrey, al sudeste de Londres. Era su padre un caballero de la gentry. Sus primeros años fueron difíciles por las distintas enfermedades que sufrió que lo llevaron a pasar muchas semanas postrado.

Sobre estas penurias, se agrega el hecho que a los diez años pierde a su madre, quedando al cuidado de su tía Catherine Porten.

Hace sus primeros estudios en la Westmister School, alternando algunas semanas de reposo por algunas de las tantas dolencias. Los continuó en el Magdalen College de Oxford, donde tuvo su aproximación a la teología y por esta vía al catolicismo. Tanto fue la influencia que se convirtió, situación imposible de aceptar para la Universidad y la familia. La reacción no tardó en llegar y su padre lo envía a Lausana bajo la tutela del pastor luterano M. Pavillard.

Su natural capacidad intelectual hacía que ocupe muy poco tiempo en los estudios y por lo tanto tengas muchas horas para otras disciplinas. Estudió francés, latín y griego es esa ciudad helvética.

Luego de abandonar el catolicismo, decisión forzada, se le permite regresar a Inglaterra en 1758. La estancia suiza le deja varias marcas que lo acompañarán siempre, una de ellas es el amor no correspondido con Suzanne Curchod, que años más tarde se casará con Jacques Necker y será madre de Madame de Staël.

Definitivamente en su tierra, escribe su primer libro en 1758 –“Essai sur l’Etude de la Littérature”– que tuvo poca repercusión.

Luego de prestar servicio en Hampshire, se embarca en un viaje por varios países de Europa que lo lleva a Roma hacia 1764. Si bien había estado en otras capitales, los restos de las fabulosas construcciones y las historias que escuchaba, le hicieron acunar la idea de escribir sobre la historia del fabuloso imperio. Algunos años después dirá que el 15 de octubre de 1764 estaba cavilando “entre las ruinas del Capitolio mientras los frailes descalzos cantaban las vísperas en el templo de Júpiter, surgió por primera vez en mi mente la de escribir sobre la decadencia y caída de la ciudad”.

III – En 1772 ocurrirá un hecho inesperado; muere el padre. Si bien no era un gran potentado había heredado algo de su padre, que había hecho fortuna en los mares del sur. Lo cierto es que a su muerte, dejó una suma que le permitía a nuestro recordado asegurarse el porvenir.

Con esta tranquilidad se recluye en su residencia y escribe afanosamente. Se reúne de gran cantidad de bibliografía y otros tantos documentos hasta ese momento desconocidos. Largas horas suman semanas y meses hasta que se conoce la primera parte en 1776 y se sucederán con regularidad los otros cinco tomos hasta 1788.

La primera parte, tres tomos, (T I, 1776, T II y III, 1781) se inician con Marco Aurelio, el emperador filósofo, y llegan hasta la caída del Imperio de Occidente en el 476. La segunda parte, los restantes tres volúmenes, los escribió en Lausana y se publicaron en 1788, comprenden el Imperio bizantino, desde el ingreso de los bárbaros hasta la caída de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, cuando Mehmed II declara pomposamente el fin del Imperio.

Apenas se fueron conociendo las primeras entregas el éxito le fue generoso y las críticas enjundiosas, hasta los que no coincidían en varios temas, pero respetaban la profundidad de la obra nunca vista.

Claro que no era una obra popular; pocos eran los que sabían leer, debió tener un costo alto y eran muchísimas las páginas.

Modernamente se ha conocido versiones menores, como la que acompaña estás líneas, resumen de Dero A. Saunders (Barcelona, Alba editorial, 2001, 498 págs.)

Mil años de farragosa historia agavillados en setenta y un capítulos.

IV – Esta “magnum opus” cambió definitivamente el curso de la historia como disciplina y se lo considera como el padre de la historia moderna. Tomando los principios de la segunda mitad del siglo XVIII de progreso y libertad, construye un relato cuyo principal objetivo es educar y ayudar en la instrucción de los hombres.

Aplica su propio método, hasta el momento desconocido. Al contrario de los colegas que lo precedieron que exponían su metodología de trabajo, él nada dice y todo lo que se pueda acotar se desprende del análisis del escrito. En algún pasaje de su opera prima, “Essai sur l’étude de la littérature” refiere muy lateralmente a estas cuestiones: “Entre la multitud de hechos históricos, hay algunos, la gran mayoría, que no demuestran otra cosa que su condición de hechos. Hay otros que pueden ser útiles para dibujar una conclusión parcial, gracias a los cuales el filósofo puede estar capacitado para juzgar los motivos de una acción o algunos rasgos particulares de un personaje; estos hechos se identifican solo con eslabones de la cadena. Aquellos cuya influencia se extiende a lo largo de todo el sistema y están conectados de modo tan íntimo como para infundir movimiento a los resortes de la acción son muy escasos, y es más raro todavía encontrar al genio que sabe distinguirlos y deducirlos del resto de modo puro e independiente”.

No es una obra más de las tantas escritas sobre Roma. Partiendo del Imperio, marca en todo el recorrido la decadencia de los valores morales y políticos y, como contrapartida, la pérdida de libertad. Sobre ello, da continuidad a todo el relato. No refiere a un elemento como causal de la crisis, anota varios; la injerencia de las tropas en el poder político, la influencia desplegada por el cristianismo, la corte bizantina que orientalizó las costumbres, por nombrar a los más destacados.

Dos capítulos dedica a la influencia del cristianismo con claras críticas; por centurias existió tolerancia y equilibrio con los cultos, pero luego de adoptar como religión oficial el cristianismo, se llegó a un fanatismo primero y luego la búsqueda solamente de la salvación de su alma. Por esta vía las tradiciones romanas quedaron abandonadas y así se postergó el sentido de servicio al Estado, reemplazado por el interés personal del alma.

V – Rescatamos la función que otorga a la historia; el pasado puede ilustrar al futuro y colaborar en no caer en los mismos errores. Para ello el historiador tiene el desafío de no relatar los hechos, sino que anotar los fenómenos que inciden en la conformación del progreso humano, más allá de los estrechos marcos de los Estados. Debe el historiador instruir y fundamentar el avance de la sociedad.

Un gran aporte, impensado hasta esta obra, es el de cautivar al lector con variados recursos literarios y construcciones de miradas de vastos procesos históricos, redactados con una prosa elegante.

VI – Las enfermedades lo acompañaron desde la cuna, de hecho fue el único de los seis hermanos que sobrevivió a los primeros días de nacido. Cuando mayor le generó una importante incapacidad una afección que generaba una exagerada exudación testicular que nunca pudo controlar. Su médico, que lo atendía casi a diario, probó con todos los medios a su alcance pero ninguno amenguó siquiera esta afección que lo condicionaba y hacía que se recluya para evitar la humillación.

Se había radicado en Lausana en donde encontraba mejor ambiente para la escritura y estuvo hasta pasados los primeros remezones de la Revolución francesa, pero volvió a Londres, donde moriría el 16 de enero 1794.

LEONIDAS ANASTASI

17 de enero – Muere Leonidas Anastasi

Ricardo Miguel Fessia

I – Nace en la ciudad de Baradero, provincia de Buenos Aires, el 3 de enero de 1890, Leónidas Anastasi, prestigioso jurista de gran compromiso democrático y que trabajara incansablemente en la tarea de sistematización de derecho y sería uno de los fundadores de la colección “La Ley”.

Sus padres eran inmigrantes italianos de la Liguria que luego se radicaron en el porteño barrio de La Boca.

Estudió en la Universidad de Buenos Aires egresando de la Facultad de derecho en 1913 y como símbolo de la esperanza ofrendó el pergamino como un preciado trofeo a los padres que con los ojos humedecidos lo estrechaban en su pecho. Demostró sus dotes con su tesis de graduación titulada “El juicio por jurados”.

Sus días de estudiante fueron matizados con una temprana militancia política en las filas de la joven Unión Cívica Radical, del que fue dirigente ocupando cargos partidarios por la parroquia de La Boca. La escases de medios materiales de los primeros años, la militancia política desde abajo y junto a la gente, lo hicieron un hombre sin dobleces y con pasión por lo que hacía. Su vida fue de compromiso con las causas nobles.

anastasi1II – A edad temprana se incorpora a la docencia en la misma casa en la que había estudiado dictado la asignatura “Legislación del Trabajo” y luego también en la Facultad de ciencias jurídicas y sociales de la Universidad de La Plata.

Al mismo tiempo ejerció su profesión de abogado con la especialidad en derecho laboral, ramo que estaba naciendo entre nosotros precisamente al empuje de la fuerza laboral que aportaba la inmigración.

Más adelante y comprometido con el sistema educativo, fue consejero por varios períodos, director del Instituto de Derecho del Trabajo y vicedecano de la Facultad de la Universidad de La Plata.

Cuando se desarrolla la conferencia de la Organización Internacional de Trabajo en Washington en 1920, le tocó presidir la delegación argentina y participar activamente de múltiples debates. Siendo un joven profesor de apenas treinta años, retornó de la misma con un prestigio bien ganado y con una amplia experiencia en temas laborales que de alguna manera signó su vida.

También incursionó en el periodismo y como tal fundó y dirigió la revista “La Acción” y luego creó una editorial para publicar obras de cultura general pero a precios económicos para que sean accesibles a la mayoría de la población.

Fue electo diputado nacional en los períodos 1920-24 y 1938-42. En sus mandatos fue presidente de la Comisión de Legislación del Trabajo de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Su obra parlamentaria está dominada por los temas laborales y sociales; la mayoría de sus proyectos como legislador corresponden a la duración de la jornada de trabajo, el trabajo de menores, la fijación del salario mínimo, la reforma de la ley de accidentes de trabajo, la creación de un Consejo del Trabajo, el trabajo marítimo, el trabajo agrícola, el trabajo nocturno, el trabajo a domicilio, la indemnización en caso de naufragio, el estatuto nacional del trabajador marino, el régimen de vacaciones pagas y varios otros fueron objeto de proyectos de ley y de una protagónica participación en la labor en comisiones y en debates en el recinto. En éstos, con frecuencia, estuvo en posiciones coincidentes con los legisladores socialistas.

II – En 1935, junto con Jerónimo Remorino y Roberto Fraga Patrao, compró el diario “La Ley”, especializado en la actividad tribunalicia y publicaba remates y edictos. Bajo su dirección, el diario pasó a llamarse “Revista Jurídica Argentina La Ley” se transformó en la publicación especializada más importante del país.

Además editó la “Revista de Jurisprudencia Argentina” y, también, fue artífice de la edición de la “Revista de trabajo, seguro y previsión social”, un aspecto de la jurisprudencia que siempre le interesó y que ejerció como su especialidad.

IV – Fue un defensor de la igualdad política, civil y económica de la mujer y un preocupado estudioso de los problemas de la vivienda popular. En el programa de 1937 de la Unión Cívica Radical, como lo expuso en la revista “Hechos e Ideas”, en el informe a la Convención Nacional del partido radical propuso la creación de consejos técnicos integrados por patrones y obreros. Asimismo, propició diversos procedimientos de registro y ordenamiento de la producción judicial argentina.

  Incursionó también en la historia; en 1906 obtuvo un premio por un texto donde efectuaba un análisis comparativo de las personalidades de San Martín y Bolívar “Parangón entre la personalidad de San Martín y Bolívar (1906), escribió acerca de la Revolución Rusa y de sus componentes ideológicos. Se encargó de difundir las ideas de Edouard Herriot, tres veces jefe gobierno de la Tercera república, sobre el Consejo Nacional Económico.

V – Anastasi fue un auténtico universitario. Desde su graduación como abogado, con diploma de honor, hasta su culminación como profesor titular de cátedra, consejero y vicedecano mantuvo siempre un elevado espíritu académico y científico. Sus propios alumnos, muchos de ellos convertidos luego a su vez en docentes, académicos y doctrinarios han destacado sus virtudes como profesor y su vastísima erudición en el campo de la historia del trabajo humano tanto universal como argentino. Enrique Fernández Gianotti en su trabajo titulado “La lección de Anastasi” ha precisado el protagonismo de Anastasi en la evolución del derecho del trabajo nacional desde sus primeros años como adjunto de Saavedra Lamas hasta su alto magisterio en la Universidad platense.

Murió en 1940, el 17 de enero, cuando recién había cumplido 50 años privando a la República Argentina de un inteligente luchador por el Estado social de derecho.

LEOPOLDO BASAVILBASO

 

13 de enero – Muere L. Basavilbaso

Ricardo Miguel Fessia

I – Perteneciente a la generación de hombres de la segunda mitad del siglo XIX, le cupo llevar adelante acciones que fueron esenciales para el futuro de la joven nación. De todo ello, sin dudas lo más importante, y en lo que puso dos décadas de vida, es el rectorado de la Universidad de Buenos Aires.

II – Leopoldo Basavilbaso nació en Buenos Aires en 1843. Sus padres eran Juan José –nacido en la misma ciudad el 9 de octubre de 1790- y Dionisia Arana Fernández –nacida en Buenos Aires en 1814- y ese matrimonio también dio vida a Benjamín -1831-, Manuel Gervasio -1836- y Teodoro -1847-.

Cuando estaba cursando los estudios de abogacía, en 1865, fue enrolado en las filas del ejército para marchar hacia el norte en la infame guerra del Paraguay donde cumplió funciones de artillero. De regreso concluyó sus estudios graduándose en 1867 con una tesis sobre el matrimonio civil –que Vélez Sársfield no incluiría en el Código-.

basa1Casado con María Sierra Ramírez tuvieron seis hijos; Luis María, Jorge, Isolina, Roberto, Teodoro y María Susana, conformando un entorno familiar que lo acompañó en todas sus empresas.

Su rápida inserción en círculos sociales y políticos de la ciudad hace que en las elecciones de 1869 sea electo diputado provincial presentando varias iniciativas que recibieron el apoyo y fueron leyes; todas hacían al crecimiento de un país que estaba naciendo, como la organización del Ferrocarril del Oeste y la libertad de enseñanza.

Concluido su mandato y con apenas treinta años, es designado Fiscal de Estado por el gobernador Mariano Acosta y luego Ministro de hacienda. En 1874 se incorpora al Poder judicial como juez de cámara.

Producto de una protesta estudiantil, en 1873 se dictan nuevos Estatutos de la Universidad de Buenos Aires y al año siguiente, el 26 de marzo de 1874, el gobernador Mariano Acosta dicta un decreto por el cual crea la Facultad de derecho sobre la base del viejo Departamento de jurisprudencia y se designa como decano de Manuel Quintana, para lo cual se reformaron los planes de estudios y se incorporaron nuevos docentes, entre ellos Leopoldo Basavilbaso.

El propio cuerpo docente, ya con estatutos que permitían expresar democráticamente la voluntad de los integrantes, elige a Basavilbaso como decano siendo Avellaneda rector. Concluido este período, el rector es reelecto pero se le presenta una enfermedad por lo cual viaja a Europa para su tratamiento siendo que en el viaje de regreso fallece embarcado en noviembre de 1885. El claustro designa a Basavilbado para agotar el mandato del malogrado rector. En adelante es sucesivamente designado por cinco períodos sucesivos.

III – El tiempo político estaba dominado por el fuerte liderazgo del general Roca y nuestro evocado pertenecía a ese espacio. Por ello se lo invitó para otras tantas tareas, todas en las que se necesitaban cualidades de negociador político. Fue interventor en Mendoza para salvar un conflicto político y luego en Corrientes para recomponer el orden generado por la revolución radical de 1893 producto del fraude electoral. De la misma forma fue un operador en varias otras gestiones, en particular junto a Eduardo Wilde, que era Ministro de justicia, culto e instrucción. Especial mención se debe hacer por sus acciones para sancionar la ley de creación de Registro civil.

En 1889 un grupo de jóvenes con inquietudes públicas conforma un espacio llamado “Unión cívica de la juventud” que al año siguiente tendrá un protagonismo fundamental en la Revolución del 90. Producto de este hecho, el sector, ya importante, se divide siguiendo lideres. Basavilbaso adhiriere al sector que orientaban Leandro N. Alem y Bernardo de Irigoyen.

Cuando B. de Irigoyen fue candidato a presidente, en 1892, prestó colaboración en la campaña electoral que concluyo con el triunfo de Luis Sáenz Peña y producto de un escandaloso fraude bajo la dirección de Partido Autonomista Nacional; era el oficialismo que en sus distintas versiones venía imponiendo candidatos desde Avellaneda y los continuó hasta 1916 con las primera elecciones libre y democráticas

En las elecciones legislativas de dos años después es electo diputado nacional. Cuando es electo gobernador en 1898 Bernardo de Irigoyen forma parte del selecto grupo de apoyo a la gestión.

Durante todo este tiempo, ejerció como rector en un momento de vertiginoso crecimiento del país que se acompañaba e impulsaba desde la academia.

IV – El rectorado de Basavilbaso bien se puede comparar al llevado adelante por otro de los grandes rectores, Juan María Gutiérrez.

Tuvo éste que levantar casi de los escombros la obra civilizadora de Pueyrredón y Rivadavia que había sido, sino arrasada, por lo menos puesta en su punto más bajo. Debió dictar sus reglamentos orgánicos y convocar a lo más selecto de la intelectualidad y completar la oferta con la creación de la Facultad de matemáticas.

En otro tiempo, algo más propicio, con más recursos y elementos más firmes, contribuyó Basavilbaso durante dos décadas a refundar sólidamente la Universidad. Bajo su dirección proyecto y amplió notablemente en panorama de las enseñanzas, elevado edificios como el de Ciencias médicas, de Ciencias exactas, laboratorios y gabinetes para impulsar nuevos estudios. Erigió en 1896 la Facultad de filosofía y letras para el cultivo de los conocimientos más elevados de una sociedad invitando a los jóvenes a concurrir a sus aulas, luego de extensa faena para lograr los acuerdos necesarios. Una vez en marcha le prestó la más decidida protección y apoyo. Su empeño venía de la convicción que filosofía y letras son el dintel y a su vez el coronamiento de todos los estudios científicos. Apenas se concibe un hombre de ciencias que no sepa expresar con corrección y exactitud sus ideas o sus descubrimientos, o que no haya adaptado su mente con lecturas filosóficas a las síntesis más profundas o a las elevadas inducciones, o que no haya aprovechado la cooperación de la lógica científica para hacer de sus experiencias algo más que un empirismo rutinario.

En tiempos de grandes cambios, tuvo un concepto claro, que defendió con tranquila firmeza, de unidad universitaria. Concibió a la misma como una unidad indivisible con Facultades autonómicas dentro de cierto radio de acción, pero de marcha armónica sometida a la dirección superior de Consejo. Superponía ésta a aquellas, como en el sistema federal en donde el Estado nacional se cierne sobre las provincias y rechazaba toda idea separatista que desde la propia Facultad de derecho algunos sectores impulsaban y hasta lo plasmaron expresamente en un proyecto. En la Memoria del año 1898 se puede leer; “Bajo el régimen adoptado, las Facultades deben estrechar sus relaciones, ayudarse mutuamente y cooperar á que los estudios adquieran mayor fuerza y dignidad. Forman ellas un solo cuerpo universitario y un mismo interés debe animarlas para que unidas dirijan sus esfuerzos comunes al adelanto de la ciencia y de la enseñanza superior. Este sentimiento de solidaridad de la institución universitaria debe ser inculcado por el Consejo superior”. Tenía una perspectiva de la ciencia en donde no hay conocimiento alguno con derecho a llamarse autónomo e independiente de los demás. Es imposible separar las ciencias jurídicas de las biológicas, las matemáticas de la metafísica, ésta última de la psicología y todas ellas de la psicología que al propio tiempo convive con la historia.

Al cotejar las trayectorias, pareciera que la acción fecunda de ambos hombres, con décadas de diferencia, hubieran tenido la clara visión de la necesidad de acción decidida y persistente de una misma dirección para llevar adelante el éxito de la tarea.

Representó a la Universidad cuando en Córdoba se inauguró, el 8 de diciembre de 1903, la estatua en homenaje a fray Fernando Trejo y Sanabria que había dispuesto el rector José A Ortíz y Herrera, obra del escultor Víctor de Pol (1).

Adelantándose en el tiempo, bregaba por la enseñanza libre y la extensión universitaria, ejes fundamentales del movimiento de la Reforma universitaria que estalló una década luego en Córdoba.

Sereno y reflexivo, le inquietaban los vuelos imaginativos y para sus perspectivas futuras, en ocasiones se dejaba llevar en sus alas.

La nobleza de su espíritu estaba acompañada de una inteligencia clara y perspicaz, carácter ponderado y ecuánime, severo hasta la austeridad en el cumplimiento de sus deberes, al tiempo que bondadoso y sensible.

El 1 de marzo de 1906 ante una numerosa reunión, puso en posición del cargo de Rector a quién le sucedía, el médico Eufemio Uballes con palabras serenas para destacar los méritos del nuevo rector, evitando hacer un melifluo balance de su acción o una proyección de futuras acciones.

V – Retirado del trajín diario, pero siempre atento a la realidad y recibiendo las consultas de los jóvenes hacedores con los que se solazaba en tertulias, fallece en su casa el 13 de enero de 1908.

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(1) El texto de discurso es el siguiente:

Mi presencia en este acto como representante de la Universidad de buenos Aires, responde al deseo de afirmar la unión con su hermana la de Córdoba, de honrar a los que ésta honra y de establecer la mancomunidad de propósito y de fuerzas en bien de la enseñanza superior.

Estoy persuadido de que iguales anhelos animan a las altas autoridades de esta Universidad porque el invitarme a tan simpática fiesta, se anticiparon a manifestar con fina atención, que mi presencia contribuiría a fortalecer las relaciones entre ambos institutos.

No serían vanas estas palabras; las aspiraciones comunes quedarán realizadas, y las dos universidades, fraternizando y coincidiendo en sus ideales, marcharán unidas hacia sus grandes destinos, inspirando siempre a la juventud estudiosa, la ciencia y la probidad.

Movida por el sentimiento de gratitud, propio de las almas delicadas. La Universidad de Córdoba lleva a cabo la idea de honrar a su fundador, el hno. Obispo fray Fernando de Trejo y Sanabria, con este monumento que perpetúa su memoria; la de Buenos Aires no puede dejar de asociarse a este homenaje; ella se complace también en pagar su deuda de reconocimiento, y las tiene para con la Universidad, que aquél fundara, porque más de una de sus glorias le llevaron el contingente de las luces y del ejemplo que recibieran de sus claustros.

Modesta fue en un principio la institución debida al desprendimiento de los bienes de su fundador; la escases de los medios y la dirección que le impuso, obstaron a que sus primeros éxitos fueran brillantes; el estudio de la filosofía y de la teología predominaban en aquella época, y ésta última tenía la preeminencia sobre las demás ciencias.

Pero si modesta fue la obra del fundador, grande fue el propósito que la animó; el de educar y civilizar, aunque acomodándose al espíritu de ese siglo, bajo la autoridad, que exigía la sumisión de la inteligencia e impedía el ejercicio natural y libre de la razón.

De esta obra, sin embargo, surgió después la alta Universidad que dio renombre a Córdoba, y en la cual se formaron muchos hombres eminentes, colaboradores de nuestra emancipación política y de nuestra organización como nación libre e independiente.

Tuvo ella sus días nebulosos, que felizmente no fueron largos; sus antecedentes de gloria y de honor prevalecieron, y volviendo sobre su pasado, entró de nuevo en el camino, que antes recorriera y que le valió el prestigio, de que merecidamente gozara para la solidez de su enseñanza y la seriedad de sus autoridades.

Este paso fue indispensable para prepararla a los grandes destinos a que está llamada en unión con su hermana, la Universidad de Buenos Aires.

El progreso de las ciencias es indiscutible; el profesor no puede ser ya el repetidor de un texto; tiene que seguir día por día a la ciencia en sus evoluciones; la enseñanza no debe quedar encerrada dentro de límites estrechos; la ignorancia no se suple ya con la imaginación. Todo lo somete a la observación y a la experiencia, y no se abandona el trabajo, mientras se espera la luz, que disipe las tinieblas de lo desconocido y del error.

Nuevos problemas sociales se plantean; nuevas doctrinas conmueven las leyes antiguas y tradicionales; hoy se reclaman derechos que nunca fueron ejercitados y que mirados en un principio con desdén, preocupan ahora a las naciones civilizadas, que reconocen la necesidad de estudiarlos y resolverlos.

Las ciencias médicas se desarrollan en los laboratorios; la química y la bacteriología atraen a los espíritus selectos, persuadidos que sólo en ellas han de encontrar los elementos para las investigaciones, cuyos éxitos sorprenderán a la humanidad.

Las ciencias físicas ocupan hoy un lugar prominente; sus inventos se suceden con rapidez asombrosa; la inteligencia del hombre ha sometido de tal modo las fuerzas de la naturaleza, que las hace servir a sus necesidades, a sus conveniencias y aun a los caprichos de su imaginación.

Las universidades deben abarcar los principios de estas ciencias y seguirlas en sus evoluciones y progresos; no pretendo que formen sabios, pero que den a sus alumnos la preparación necesaria para que se desenvuelvan por si solos, empleando sus aptitudes en el estudio profundo de la ciencia, a que le lleven sus propias inclinaciones.

A estos deben tender nuestros esfuerzos, sin desalentarnos hasta ver a las dos Universidades hermanas en la cima a que han llegado las grandes instituciones científicas de la Europa y de los Estados Unidos del Norte.

La inteligencia de los Argentinos facilita esta tarea; abundan los hombres estudiosos, que desean dedicarse al cultivo de las ciencias por amor a ellas únicamente; procuremos satisfacer estas legítimas y honrosas ambiciones, sin olvidar las letras, que a la vez que sirven de solaz al espíritu, tienden a dirigir el corazón, fuente de los sentimientos, que ennoblecen al hombre.

Y no olvidemos tampoco aquella antigua regla universitaria, siempre verdadera y siempre hermosa, que proclama como “primordial deber de la capacidad de un profesor el de unir a la pureza de la doctrina y el arte de enseñar bien, una probidad sin manchas y el buen ejemplo de las costumbres, para imprimir en los espíritus y en los corazones de sus discípulos los principios y los sentimientos de todos sus deberes con tanto o más cuidado, que para instruirlos en los principios y las verdades de las artes y de las ciencias”. Magistros, studiorum, doctoresque exellere oportei moribus primun, deinde facundia.

Para terminar, señores, permitidme que cumpliendo con un encargo de la Universidad de Buenos Aires, entregue en este acto al Señor Rector de la de Córdoba, la placa que aquella dedica al Hno. Obispo fray Fernando de Trejo y Sanabria, como un homenaje a sus méritos y virtudes, haciendo votos porque este modesto bronce conserve el recuerdo de la fiesta que ha dado ocasión a que las dos Universidades queden unidas en sus propósitos y aspiraciones y realicen en breve tiempo el ideal de las grandes Universidades; ciencia y probidad.

EL DUELO QUE SE LLEVO EL FUTURO

29 de diciembre – Muere Lucio Vicente López

EL DUELO QUE SE LLEVO EL FUTURO

Ricardo Miguel Fessia

I – El 28 de diciembre de 1894 se presentaba como otra jornada canicular, como tantas del verano porteño. A la hora acordada varios carruajes con influyentes personalidades llegaba a uno de los rincones del hipódromo de Belgrano –sobre la actual avenida Luis María Ocampo- para presenciar uno de los duelos (1) más célebres de nuestra historia. Eran tiempos en que existían las cuestiones de honor y se saldaban de esta forma, al menos entre ciertos círculos sociales y políticos.

lopez1En el lugar los padrinos se cabildeaban en tratativas de frenar el lance. Idas y venidas, murmullos, gestos adustos y posiciones intransigentes. Los doctores Padilla y Decaud, de rigurosos trajes negro cruzaron miradas graves. El general Francisco Bosch medía los doce pasos reglamentarios. Mansilla y Soler inspeccionaban las armas -pistolas Arzon- elegidas por las partes. Las agujas del reloj marcaban las 11,10 de la mañana.

Los contrincantes, que por vez primera se miraban a la cara, marcharon hasta el punto de voltearse y se escucharon los dos primeros disparos que fueron errados. Todo pudo haber concluido, pero el reto era a muerte. Se cargaron las pistolas, otra cuenta y apenas los disparos un cuerpo cae pesadamente. El balazo perforó el bazo y el hígado.

El herido era un ilustre hombre de proficua prosapia y promesa política avasallante; Lucio Vicente López. De inmediato fue llevado a su casa de Callao 1852 donde recibió asistencia médica pero en la madrugada del 29 cierra sus ojos definitivamente.

Aristóbulo del Valle, su fiel amigo que lo acompañó hasta el último suspiro, escuchó sus palabras de despedida: “¡Que injusticia Aristóbulo!, ¡así son estas democracias inorgánicas!….”.

II – La ascendencia se remonta a su abuelo Vicente López y Planes, (1785-1856) gobernador de Buenos Aires, presidente de las Provincias Unidas y autor del Himno nacional. Su padre, Vicente Fidel López, (1815-1903) ministro, diputado y uno de los fundadores de la historiografía argentina.

Lucio nació en Montevideo, el 13 de diciembre de 1848, durante el exilio rosista de su familia. Era su madre Emiliana del Carmen Lozano Zamalloa y tuvo seis hermanos. De joven mostró aptitud para la escritura, estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires y trabajó como secretario de la Universidad de Buenos Aires junto a Juan María Gutiérrez, llegando a importantes cargos académicos.

Como escritor, es reconocido por su aporte a los orígenes de la novela nacional. Su obra señera, “La Gran Aldea”, fue escrita a comienzos de la década del 80, publicada primero como folletín en el “Sud América” y, luego, como libro, en su primera edición de Biedma en 1884, en 1909 se edito por la Biblioteca de la Nación y en 1928 por la de Grandes Escritores Argentinos bajo la dirección de Alberto Palcos y con prólogo de Rafael A. Arrieta. Con claros tonos sarcásticos y pesimistas describió la vida social y política porteña de dos épocas: el modesto escenario porteño de mediados de siglo XIX y la trajinada urbe de fin de siglo. El temperamento vivaz, crítico, fértil de la caricatura, patrimonio propio de López, está presente en las páginas de esta obra.lopez2

También descolló como periodista, oficio que le abrió las puertas al mundo de la política. Integrante de las huestes autonomistas, seguidor de Adolfo Alsina, fue electo diputado para la legislatura porteña y, posteriormente, para el Congreso Nacional. La Revolución del Parque de 1890 lo contó en la trinchera y en 1893, fue designado interventor federal de la Provincia de Buenos Aires, tarea que cumplió por casi un año, hasta que aceptó un reto que sería final.

Era uno de los más jóvenes valores que forjaron su espíritu en la década del 80 y no tenía techo su carrera política y nadie dudaba que pronto aspiraría a la presidencia. Al modo de los Alsina o de los Sáenz Peña, los López entregaban tres generaciones.

Antonio Dellepiane, trazando una referencia de su persona decía, “La fina causerie gálica, flora rara de exquisita cultura, tuvo en Lucio López un eximio representante. Ha seres cuya mágica palabra posee el don privilegiado de esparcir la alegría en torno suyo. Se les ve aproximarse a un corrillo, y en el acto, por la sola acción de su presencia, las fisonomías estiradas se distienden, las almas contenidas se desabrochan y todos los circundantes dispónense a vivir momentos deliciosos, a saborear fruiciones delicadas: es el causeur que llega”.

A los efectos de verificar su talla intelectual, traemos una parte del discurso en el día de ser designado como primer catedrático de Historia Argentina en la UBA, en 1877, en donde se refleja el pensamiento de este protagonista de la historia nacional, atemorizado por una realidad cambiante, perturbadora de una tradición que instaba a recuperar.

¿Cómo pretender formar, en una sociedad nueva, estanque inmenso en que se derraman todas las corrientes del mundo, una raza pura, selecta y letrada?  … Lo sé; nosotros, los contemporáneos, vemos la ola invasora que nos anuncia la inundación por todas partes. Esos grupos de hombres, mujeres y niños, que pululan en las riveras de nuestras ciudades, llevando todavía sus trajes nacionales, hablando mil dialectos y ninguna lengua, vástagos de germanos y de italiotas, de galos y de godos, inmensa polenta humana, constituirán sin duda las familias patricias del porvenir…

Nuestras democracias sudamericanas corren el peligro de hacerse plebeyas e ignorantes; y los esfuerzos de los hombres de pensamiento deben dirigirse a prevenir los estragos de este género de democratización de la igualdad, de la libertad y del falso liberalismo;     pero para detener la protesta en sus mismos labios, me bastará recordar que la democracia, como todo gobierno bien entendido, es el respeto a todos los derechos por todos los poderes; el gobierno de las clases intelectuales, de los varones justos y capaces de la república.

Entonces yo digo, señores, que es gran deber, gran virtud, gran imperio, volver al pasado, inspirarnos en la influencia clásica de la revolución argentina, defender a la América del materialismo que la amenaza, ser dignos para ser fuertes, ser fuertes para ser grandes. Volver al pasado quiere decir releer nuestra historia, respetar el talento, combatir la mediocridad, demoler el cosmpolitanismo y trazar de una vez con rasgos firmes el perfil definitivo de la patria”.

III – En 1893 era presidente Luis Sáenz Peña y Aristóbulo del Valle era Ministro de Guerra, pero en los hechos tenía muchas otras tantas facultades, casi un Primer ministro de un sistema parlamentario y debía hacer todo tipo de maniobras para salvar el gobierno de su debilidad política. Una de las medidas fue la de designar, el 21 de septiembre de 1893, a Lucio V. López como interventor de la rebelde provincia de Buenos Aires, en reemplazo de Julio A Costa. Llegan las noticias de algunos negocios que debían revisarse y vinculados a la tierra pública. De inmediato surge un entuerto con la venta de un campo que se destinaba al ensanche del ejido de Chabuco con un préstamo del Banco Hipotecario Nacional. De acuerdo a las normas vigentes, esos terrenos debían ser subdivididos,  no adjudicados en un solo lote a persona alguna. Mas resulta que los había comprado el coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del ministro de Guerra, Luís María Campos, que sucedía a del Valle, renunciante luego de la “Revolución Radical”.

López presentó acusación penal por ello y saltó a los medios ocupando las primeras planas. El coronel Sarmiento fue detenido durante tres meses en el departamento de policía provincial, pero una sentencia lo absolvió recuperando su libertad. Los amigos del coronel lo homenajean con una cena en el restaurante “Flobet” de La Plata, donde vitupera al doctor López. A continuación López publica una carta acusadora en “La Prensa”. Ya no era interventor de la provincia y por lo tanto no le quedaba otra salida que retar a duelo a su ofensor.

López envía sus padrinos Francisco Beazley y el general Lucio V. Mansilla, todos ellos miembros del Club del Progreso. El coronel Sarmiento (2) hizo lo propio con el contralmirante Daniel Soler y el general Francisco Bosch.  Los padrinos no solo tenían la misión de fijar las armas y las reglas, sino de determinar las intenciones finales. Muchísimos duelos fueron solo convenciones donde dos disparos al aire lavaban el honor mancillado. Otros eran a primera sangre, cuando una incisión en la piel enemiga era suficiente para detener el lance. Muy pocos duelos en la historia argentina fueron a muerte. Este fue uno de ellos. (3)

Ironías de la historia, el coronel Sarmiento había nacido el 11 de mayo de 1861, precisamente el “Día del Himno nacional” y mató al nieto del autor de las estrofas patrias.

IV – El sábado 29 de diciembre se realizó en sepelio en el cementerio de la Recoleta. Desde la mañana temprano llovía y los amigos no pudieron llevar el féretro a pulso, tal era la voluntad. Al pie de la fría tumba hablaron Carlos Pellegrini, Carlos Rodríguez Larreta y Miguel Cané que dijo “ha muerto sonriendo tristemente del absurdo de su propia acción”. Una escultura del francés Jean Alexander Falguière recuerda a Lucio Vicente López sobre un sarcófago de mármol. Tenía cuarenta y seis años cuando murió.

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(1) Por estos años el honor era un valor que todos tenían muy en alto y motivo de cuidado. Si bien era una suerte de valor universal, podríamos sostener que en ciertos círculos sociales, clases altas acreedoras de méritos intelectuales o con ascendencia social, era el bien más preciado y su mácula se debía resolver por medio del duelo.

Existían algunas pautas que también se respetaban como ser de no poder desafiar a menores de edad, ancianos ni parientes hasta el tercer grado por consanguinidad y primero por afinidad o si se provocaba para vengar a otro o reanudar una cuestión ya solucionada caballerescamente.

El “Código de honor” no condecía con la letra del Código penal que disponía de un artículo para castigar este hecho. Era suficiente que el incidente hubiera iniciado el camino dictado por la justicia pública para que la posibilidad de una solución caballeresca se cerrara. Pero tampoco el duelo era posible con alguien que tuviera una causa pendiente, de cualquier tipo, en la justicia del Estado.

A los méritos individuales debían agregarse el conocimiento detallado del Código de Honor. Se debía designar a los padrinos, para lo cual se debía tener amistades honorables que estén a la altura de cumplir el rol. Los padrinos siempre fueron una clave en el proceso de exigir y dar satisfacción.

Apenas la ofensa, el afectado encargaba por medio de una misiva a los padrinos para que pidan “amplia satisfacción” o “en su defecto una reparación por las armas” al agresor. Este prometía enviar a sus representantes. Puestos ambos contrincantes “en manos de sus padrinos”, que se comprometían a “preservar el decoro y la honorabilidad” de sus “ahijados”, se iniciaban las conversaciones. Si las explicaciones de palabra no eran suficientes se avanzaba con los detalles del duelo.

A partir de este momento, entraban en escena otros actores. Los padrinos, y los médicos si se concertaba el duelo, pero también amigos, conocidos, familiares y el público en general empezaban a seguir los detalles de las tratativas. Los espectadores se ampliaban a medida que avanzaban las negociaciones. Comentarios en los diarios, “rumores” que publicaban los periódicos y prometían verificar a los lectores se incorporaban rápidamente al incidente.

Los adversarios tenían considerable libertad de movimientos: podían moverse lateralmente, esquivarse con la cabeza, doblar el cuerpo para el frente, escupir e insultar y también continuar la contienda por diversos medios luego de culminado el encuentro.

El ritual del duelo, tal vez más que cualquiera de los otros rituales de clase alta, fue clave en el proceso de distinción y colocó a los desafiantes en un escalón arriba del resto de las personas. En ese tiempo se concentraba toda la atención de los pares y era una forma de expresión simbólica de los atributos de cierta posición social.

La calificación jurídica del hechos, prevista en el digesto penal se equipara al duelo popular o riña y se concede el carácter de “delito especial” al “duelo entre caballeros”. La ley igualaba lo que no era igual en los hechos; el “duelo popular” podía prolongarse luego del primer encuentro y en una multiplicidad de formas; el “duelo entre caballeros”, concluía luego de los disparos o a primera sangre.

(2) Carlos Sarmiento, continuó dentro del ejército donde fue valorado por su pericia como artillero y topógrafo. Egresó del Colegio Militar de la Nación en 1880 como oficial de Artillería, Fue profesor en la Escuela Militar y en 1885 jefe del Regimiento de Artillería de la Costa y luego jefe del Regimiento 3 de Artillería. En 1905 abandonó el servicio y marchó hacia San Juan donde intervino en la política provincial. Organizó el “Partido Popular” y en 1907 participó en la revolución en la que derrocó al gobernador Manuel José Godoy. Producto de los conflicto el Poder ejecutivo nacional intervino la provincia nombrando como interventor al dr. Cornelio Moyano Gacitúa, que era ministro de la Corte Suprema de Justicia que asumió el 15 de febrero de 1907. En las elecciones convocadas ese año fue electo Senador nacional y en las elecciones de 1908 para la gobernación triunfó en las mismas acompañado en la fórmula por Saturnino de Oro. Apenas concluyó su mandado, en 1811, optó por salir de la provincia y se instaló en Zarate de donde fue intendente interino. Falleció en esa ciudad a los 54 años en 1915.

(3) Por este hecho se llevaron adelante actuaciones judiciales y el coronel C. Sarmiento fue sometido a proceso en el juzgado competente a cargo del magistrado Navarro, actuando como fiscal Astigueta.

El Código penal disponía de un artículo específico en donde se impone pena a los que participen en un duelo. En su resolución, el magistrado dijo que el duelo verificado entre el dr. Lucio Vicente López y coronel Sarmiento ha sido llevado a cabo sin la condición expresa de que debía efectuarse a muerte, lo que exime al procesado de las responsabilidades determinadas en el artículo 117 del código Penal, por cuanto para que se aplique este artículo sería menester la condición expresa mencionada. También se pudo comprobar, de acuerdo a las actas, que el propósito de los padrinos ha sido disminuir las probabilidades de un desenlace fatal, pues figura en el citado documento una cláusula clara y terminante que estatuye que solo se cambiarían dos balas entre los combatientes. “Por lo tanto el hecho de haber tenido el lance el resultado de que instruye el presente sumario, no da ni puede dar lugar a presumir que el propósito de los padrinos ha sido concertar un duelo a muerte”. Los inculpados se presentaron al Juez y en el término de cuatro horas quedaron todos en libertad, incluso el mismo coronel Sarmiento.

EL LEGADO DE NORBERTO BOBBIO

 

9 de enero de 2004 – Muere Norberto Bobbio

EL LEGADO DE NORBERTO BOBBIO

Ricardo Miguel Fessia

I – El viernes 10 de enero de 2004, desde muy temprano, los noticieros no paraban de anunciar la infausta noticia; había muerto, el día antes, en su querida Turín, Norberto Bobbio.

bobbio1Decir ahora que se pierde una mente lúcida, es echar mano a una frase hecha. Fue más que ello, fue el promotor de la duda, el intelectual honesto que siempre tuvo como norte de su pensamiento la igualdad por sobre otros valores, acometiendo la difícil tarea de arrimar el socialismo con la democracia y el liberalismo, empresa en la que muchos sucumbieron. De todos modos siempre estuvo más cómodo navegando las aguas de la filosofía y, desde esta perspectiva, sus aportes tanto al derecho como a la política fueron fundamentales en el tempestuoso siglo XX.

II – Había nacido en Turín, en su casa de siempre, vía Sacchi 66, el 18 de octubre de 1909 en el seno de una familia burguesa. Su padre, Luigi Bobbio, era un conocido cirujano que le permitía una holgada situación económica. Tanto éste como su madre, Rosa Caviglia, con la palabra como con la acción, le enseñaron que todos los hombres son iguales más allá de la cultura recibida y de los recursos económicos.

Estudió entre 1919 y 1927 en la Gimnasio Liceo Massimo d´Azeglio donde fue condiscípulo de Césare Pavese.

Obtiene el título universitario en el Instituto Jurídico con una tesis sobre el idealismo italiano en 1931. Al año siguiente decide profundizar los estudios sobre la filosofía alemana y en particular sobre la fenomenología de Schiler y Husserl, con una temporada en Alemania y un curso de verano en la Universidad de Marburgo.

Por consejo de Gioele Solari, que era su maestro, compulsa para profesor en la docencia libre obteniendo el cargo en 1934 para la Universidad de Camerino. No obstante que su padre se había afiliado al fascismo, siempre la policía lo miró con desconfianza a punto que en 1935 lo arrestan por una semana y le aplican la “admonición”, es decir la veda de salir de la casa después de las nueve de la noche. Los informantes le seguían los pasos y controlaban su correspondencia, a punto tal que decide hacerle una carta al propio Mussolini para quejarse por este acoso que “ofende íntimamente ni conciencia fascista”. Cuatro años más tarde por concurso obtiene la cátedra en la Universidad de Siena, previa la intervención de un amigo familiar ante el mismísimo Duce, ya que había sido excluido del concurso.

Muchos años después, en 1992, supo reconocer esta grieta en su vida. Al conocerse esta carta de 1935, lejos de justificarse dijo que “para salvarse, en un Estado dictatorial, se necesitan almas fuertes, generosas y valientes, y yo reconozco que entonces, con esa carta, no lo fui”.

Hacia fines de 1940 obtiene también la cátedra en la prestigiosa Universidad de Padua, pero se manifiesta abiertamente en oposición a la guerra (declarada el 10 de junio de 1940) contra Francia y Gran Bretaña. Estaba definitivamente adherido a las filas del liberal-socialismo militando en las filas del “Comité de Liberación Nacional” y se lo castiga con un pase a Cágliari, medida que no se cumple.

bobbio2Cuando lo alemanes retoman el poder en Italia bajo el pomposo título de República Social Italiana, instalan la capital en Saló, la otra capital estaba en Bríndisi, y lo detienen por sospechoso el 6 de diciembre de 1943 para someterlo a duros interrogatorios. En marzo recupera la libertad se instala definitivamente en Turín con su esposa.

Su tiempo al frente del aula recién concluye en el año 1979, su última lección la dictó precisamente el 16 de mayo. De todos modos y como profesor extraordinario dictó cursos de Filosofía de la política y del derecho hasta 1984 en que se retira definitivamente.

Regresó luego al púlpito universitario en oportunidad de ser convocado para presentar sus nuevas obras. En un reportaje luego del retiro dijo: “mi principal actividad ha sido la enseñanza universitaria y en ella no sucedió nada particularmente interesante que contar”. Gesto propio de los grandes hombres, pero distanciado de la realidad ya que sus estudios echan las bases de la dignificación social y moral del hombre.

El entonces presidente Sandro Pertini lo designó senador vitalicio en 1984, contando con el apoyo de todos los sectores políticos peninsulares que le reconocen ser un verdadero cultor de la virtud cívica.

III – En una figura tan completa, en una mente tan proficua, no es fácil desprender cuestiones parciales. Pero de sus estudios jurídicos, imprescindibles aportes al debate moderno, pretendemos destacar las reflexiones en torno al derecho positivo.

Sobre este tema, Bobbio se extendió en una obra titulada “El problema del positivismo jurídico” que se conoció en 1965 por traducción de Ernesto Garzón Valdéz, revisión de Genaro Carrió y publicada por Eudeba.

En primer término es preciso destacar que gracias a sus ensayos en latinoamérica se conoció y difundió la obra de Hans Kelsen

Precisamente, bajo la influencia del “Maestro de Viena”, Bobbio reconoce tres aspectos del positivismo, que en alguna forma se identifica con la manera de presentarse desde la historia.

La primera versión es la que llama “positivismo jurídico metodológico” y se vincula a la forma de individualizar, describir y estudiar el derecho en donde se reconoce la distinción entre el derecho real y el derecho ideal, entre el derecho como hecho y el derecho como valor. Afirma que en general el jurista se dedica al análisis del derecho que es y no al que debiera ser.

Por lo tanto, es positivista el que reconoce como criterio para distinguir una norma jurídica de otro tipo de norma a ciertos datos objetivos y verificables, sin observar los valores a los que pueda corresponder.

El segundo aspecto del positivismo es que el se refiere al derecho como parte de un Estado y que es producto precisamente de la esencia misma de la actividad estatal. Se vincula a la noción de que la ley es fuente primordial del derecho.

El tercer aspecto del positivismo está vinculado a una cuestión ideológica y que permite afirmar que todo derecho positivo es justo precisamente por haber sido puesto, o que, más allá de los análisis axiológicos, siempre el derecho es un instrumento para asegurar el orden y la seguridad jurídica de una sociedad.

Estas tres versiones del positivismo no se complementan entre si a punto que se puede adherir a uno y rechazar los otros dos. Precisamente el profesor turinés adhiere al “positivismo metodológico”, es despecho del “teórico” y del “ideológico”.

En su análisis hace una clara distinción entre derecho y moral, con particular cuidado de “distinguir” (reconocer las diferencias que hay) y no “separar” (marcar las diferencias y considerar por separado daca una de ellas) de ambos ordenes normativos.

Por este camino Bobbio marca claramente las diferencias entre moral y derechos reconociendo su ámbito de aplicación, sin que por ello niegue la posibilidad de que el jurista tenga tal o cual disposición moral, sino que no se puede utilizar ese orden moral como criterio para identificar el derecho como objeto del conocimiento, podrá ser útil para armar modelos tendientes al análisis del poder correctivo de un orden jurídico y por este medio se facilita el avance en determinada dirección de esas convicciones.

Algunos entendieron que por esta vía se menguaba la función de la moral, pero es todo lo contrario. Se reserva para la moral su condición de valor autónomo para poder calificar la moralidad de un derecho, para poder enjuiciarlo y hasta para poder desobedecerlo.

IV – No obstante que toda su producción ve la luz en su Torino natal, llegó muy fuerte su influencia a toda América latina, tanto en lo político como en lo jurídico.

En nuestro país, tal vez, el primer antecedentes se debe a una clase magistral de don Luis Giménez de Azúa en la Universidad Nacional de Tucumán del año 1939 y sobre “La teoría de Norberto Bobbio sobre la analogía en el derecho y en el derecho penal”.

Bastante más adelante, gracias a dos juristas de fuste, Garzón Valdéz y Carrió, a los que debemos traducciones de Hart, Kelsen, Stammler, Ross, Engisch, Radbruch y Welzel, se publica “El problema del positivismo jurídico”. Algunos años después Antonio Martino es el responsable de la edición traducida de otra obra, “De la estructura a la función”, una excelente libro de sociología jurídica.

Cuando el gobierno constitucional creó el “Consejo para la consolidación de la democracia”, tanto Carlos Santiago Nino, que la presidía, como Genaro Carrió que la apoyaba, habían tomado los principales argumentos del pensamiento bobbiano. Algunos integrantes de la Corte Suprema de esos años, también reconocían su influencia.

En abril de 1984 emprendió un recorrido latinoamericano y en la oportunidad la Universidad de Buenos Aires lo designó “Doctor honois causa”.

En otros países de nuestra América también se hicieron traducciones y publicaciones. En Colombia, país que visitó en 1987, Eduardo Rozo Acuña tradujo “Teoría general del derecho” para Temis en donde se vuelcan los cursos universitarios de 1957 (Teoría de la norma jurídica) de y 1959 (Teoría del ordenamiento jurídico).

En México sus obras se conocen por influjo de José Fernández Santillán que había estudiado en Turín y tradujo varios trabajos referidos a temas políticos y en particular al concepto de democracia.

El profesor paulista Miguel Reale introduce el pensamiento bobbiano en Brasil en la década del cincuenta no obstante que el “trialismo realiano” no es compatible como en “normativismo de Bobbio” en lo referido a la idea del derecho.

En Chile también la difusión del pensador italiano tuvo gran repercusión, en particular lo referido a la filosofía política y por medio de la Universidad de Valparaíso y la laboriosa “Sociedad chilena de filosofía jurídica y social” que lo contó como socio honorario.

V – Sería imposible siquiera nombrar las obras escritas, pero nos detenemos en la última “De Senectute y otros escrito biográficos” (Madrid, Taurus, 1998), dictados reflexivos y profundos en momentos en que “cada día que pasa me siento más desapegado, lejano, desarraigado”, pero lo suficientemente lúcidos para advertir sobre el “analfabetismo moral” que domina el mundo poniendo el peligro la democracia y generando la desigualdad con grandes avances tecnológicos dentro de un marco en que ni “siquiera sabemos si somos nosotros los dueños de nuestro destino”.